XVII
ANÁLISIS DE LA
CONQUISTA DEL PERÚ
Se inicia tal hecho memorable cuando los españoles comandados por Francisco Pizarro (cuyo número no llegaba a 200), que habían invadido los territorios del Tawantinsuyo por la región Norte (Tumbes), procedentes de Panamá, se desplazaron rumbo a la ciudad de Cajamarca. Ciudad ésta que, entonces, es tomada militarmente el 16 de noviembre de 1 532, después de haber hecho prisionero a Atahualpa, último emperador del famoso imperio de los Incas. Posteriormente todos los territorios del Antiguo Perú serían conquistados e incorporados a los dominios de España.
Factores que
impulsaron a la invasión y conquista del Perú:
Factor Económico:
Para poder
explotar sus cuantiosas riquezas consistentes, mayormente, en oro y en plata,
metales preciosos éstos que tanto abundaban en estas comarcas del Reino de los
Hijos del Sol.
Factor Político:
La ambición de
España de encumbrarse a la categoría de primera nación de Europa. Este país
Ibérico, culmina su acariciado ideal al intervenir resueltamente en la
conquista y colonización de los más ricos territorios del Nuevo Mundo, sede, a
su vez de los dos imperios más famosos de América Precolombina: el de México
(Azteca) y el del Perú (Inca), los mismos que caen abatidos, uno tras otro,
ante el empuje de los invasores peninsulares.
Factor Militar y Científico:
Uno de los
factores decisivos es que los peninsulares contaban con armas y conocimientos
bélicos muy avanzados. Un instrumento científico que, seguramente, bríndales
valiosísima ayuda a los conquistadores fue la brújula tanto para sus travesías
marítimas de exploración como para orientarse en las inmensidades de los
territorios americanos.
Factor Religioso:
Desde la
iniciación de los Grandes Descubrimientos Geográficos se advierte el
extraordinario interés de la iglesia por la difusión del cristianismo. Tal
ideal cristalizase gracias, precisamente, a la obra de España, nación eminente
católica, y, sobre todo, debido a la abnegada y fecunda labor de sus
misioneros, muchos de los cuales alcanzaron celebridad como mártires de esa
brillante pero sacrificada labor
evangelizadora, y, asimismo, como valerosos defensores de la población nativa,
frente a los abusos cada día más crecientes de los peninsulares.
Transplante de
España trae los
elementos de la cultura occidental en general y de cultura en particular, tales
son por ejemplo, nuevos conocimientos intelectuales (científicos, literarios,
filosóficos) transmitidos a través de 4 elementos básicos:
El idioma
castellano
La escritura
fonética
El papel
La imprenta
Transplanta
nuevas instituciones políticas:
El gobierno
monárquico absolutista, en la forma de Virreinato y el cabildo, Institución que
regía una ciudad, constituido por 2 alcaldes y varios Regidores.
Trae la evangelización a través de las misiones de los religiosos dominicos, mercedarios, agustinos, franciscanos y jesuitas. Se les convertía a los indígenas al cristianismo usando su propia lengua.
Trae la evangelización a través de las misiones de los religiosos dominicos, mercedarios, agustinos, franciscanos y jesuitas. Se les convertía a los indígenas al cristianismo usando su propia lengua.
Además España trae nuevos productos agrícolas como los cereales (trigo, cebada, arroz, hortalizas, legumbres, etc. caña de azúcar, café y olivo; flores como rosas y jazmines; transplanta nuevos animales domésticos: vaca, buey, cerdo, oveja, gallinas, en cuanto a elementos técnicos tenemos: el torno, la pólvora, el vidrio, etc. y la moneda metálica, elemento básico para el comercio.
El Monopolio
Español:
España estableció
desde los primeros momentos de la
Colonia , el monopolio comercial, por el cual sólo ella podía
comerciar en forma cerrada y exclusiva con sus colonias, estando prohibido
hacerlo con otras naciones europeas e incluso entre las mismas colonias (México
y Perú); Felipe II precisa en 1 561 los únicos puertos de entrada y salida en
España (Cádiz y Sevilla) y en América (Veracruz, Callao, Cartagena y Portobelo).
Para evitar y sortear los ataques de buques piratas, 2 veces al año, zarpaban de Sevilla, 2 barcos mercantes custodiados por 2 navíos de
Dejando en el
Cuzco una regular guarnición al mando de su hermano Gonzalo, mientras enviaba a
su socio Almagro a Quito, Francisco Pizarro salió del Cuzco con el objeto de
fundar una ciudad que fuera la capital de su gobernación, pues él y sus huestes
pensaban quedarse en el Perú para realizar la importante obra de colonización.
Llegó nuevamente al valle del Mantaro y en el pueblo indígena de Hatun Jauja
fundó la ciudad española de Jauja.
A los pocos meses los vecinos encontraron que el sitio no era muy apropiado,
pues las nuevas plantas traídas de España no daban buenos frutos y los animales
no se reproducían, pidiéndole que trasladara la capital a un lugar en la costa.
Pizarro ordenó dirigirse al pueblo y santuario indígena de Pachacámac, para
reconocer los curacazgos de Lurín y Mala, la fortaleza del Huarco (Cañete) y el
señorío de Chincha. Estando en Pachacámac Pizarro comisionó a los españoles Ruy
Díaz, Juan Tello y Alonso Martín de Don Benito para que inspeccionaran las
tierras del curaca del Rímac en busca de un mejor lugar para fundar la capital
de su Gobernación.
Los comisionados recibieron una buena impresión al llegar al valle. Lo encontraron poblado de varios señoríos a la redonda, con buenas tierras bien sembradas, abundancia de agua y leña y cerca de un buen puerto natural para el anclaje de las naves que los comunicaran con Panamá. Con tan buenas noticias regresaron a Pachacamac y Pizarro ordenó inmediatamente el traslado al nuevo lugar. El lunes 18 de enero de 1 535 Francisco Pizarro procedió a la solemne fundación de la ciudad capital de su Gobernación en el pueblo indígena de Lima. La ceremonia se realizó en el lugar que sería su plaza mayor, llamada después la residencia de los gobernantes del Perú,
Otras ciudades fundadas por los españoles fueron Trujillo, Saña, Ica, Chincha, Tarma, Arequipa, Huancavelica, Huamanga (Ayacucho), etc.
Infelizmente en
el Perú, en pleno año 2 008 todavía existen gentes que les echan la culpa a los
españoles de todos los males ocurridos en el Perú. Pareciera ser que estas
personas no razonan que el hecho de la conquista del Perú fue una situación
histórica de hace más de 500 años y que los procesos históricos del encuentro
de dos pueblos siempre han sido trashumantes y violentos. Sin embargo los
problemas sociales, económicos y políticos de los peruanos de ninguna manera
tienen como consecuencia un hecho de hace 5 siglos, son otra serie de
situaciones que han traído la pobreza actual del Perú. Es necesario cambiar el
discurso chauvinista y patriotero que no hace más que confundir a las personas.
Sobre la conquista del Perú podemos decir a manera de conclusiones:
Que medio Perú
estuvo feliz por la muerte de Atahualpa, estábamos convencidos de la
legitimidad de Huáscar y el asesinato de Atahualpa fue visto como una señal de
justicia sobre el inca rebelde.
Que muchos
pueblos del Perú vieron en Francisco Pizarro al héroe que los liberaría del
yugo inca, creyeron que los
españoles
traerían un mejor destino sobre sus localidades y los apoyaron política y
militarmente en el proceso de vencer a los incas.

Que gran parte de
los mismos incas transaron con los españoles a cambios de privilegios y
prebendas, que no hubo unidad de parte de los mismos incas y esto facilitó
enormemente la conquista.
Que los peruanos
actuales descendemos tanto de la línea indígena como española, y la única forma
de entendernos como nación es reconocer el valor de nuestras vertientes y
tratar de unir lo mejor de cada cultura a fin de recorrer el futuro juntos como
una nación que ha de sentirse orgullosa por sus orígenes, como alguna vez
escribió un autor peruano: "...De no haber sido poeta, quizás hubiese sido un blanco aventurero
o un indio emperador...". (René Gabriel Yépez
Huamán).
EL DÍA QUE ACABÓ EL TAHUANTINSUYO

Pedro Pizarro, al narrar los
episodios de Cajamarca, señala que hasta entonces los españoles no habían
luchado contra los naturales y no sabían cómo se enfrentaban en la guerra pues
los acontecimientos de Tumbes y de La
Puná eran meras escaramuzas. Según este cronista, el
gobernador dividió su gente de a caballo en dos partes, comandadas por Hernando
Pizarro y por Soto, respectivamente. Pedro de Candia y unos cuantos soldados
fueron apostados en la pequeña estructura en medio de la plaza.
Lenta y pausadamente entró el
Inca a la plaza después de que sus soldados la ocuparan parcialmente y se
sorprendió de hallarla vacía. Al preguntar por los españoles le dijeron que de
miedo permanecían escondidos en los galpones. Entonces, con mucha solemnidad,
avanzó el dominico Valverde con una cruz entre las manos, acompañado por Felipillo
el "lengua", y pronunció el requerimiento formal a Atahualpa de
abrazar la fe católica y servir al rey de España, al mismo tiempo que le
entregaba el evangelio. El diálogo que siguió es narrado de modo distinto por
todos los testigos; es posible que la tremenda angustia vivida en esos
instantes impidiera recordar después las frases exactas que se cruzaron entre
los diversos actores de la tragedia.
A una señal de Pizarro el
silencio cargado de amenazas que envolvía la plaza se transformó en la más
tremenda de las algaradas. Estallaron el trueno, el estampido del falconete, y
retumbaron las trompetas, era el aviso para que los jinetes salieran al galope
de los galpones. Sonaban los cascabeles atados a los caballos, disparaban
ensordecedores los arcabuces; los gritos, alaridos y quejidos eran generales. En esa
confusión los aterrados indígenas, en un esfuerzo por escapar, derribaron una
pirca de la plaza y lograron huir. Tras ellos se lanzaron los jinetes, dándoles alcance y
mataron a los que pudieron, otros murieron aplastados por la avalancha humana.
Mientras tanto Juan Pizarro se
abalanzó en dirección del señor de Chincha y lo mató en sus mismas andas. Por
su parte Francisco Pizarro con sus soldados masacraban a los indígenas que
desesperadamente sostenían el anda del Inca, caían unos y eran reemplazados por
otros. Al ver la situación, un español sacó un cuchillo para victimar a
Atahualpa, pero Pizarro se lo impidió, saliendo herido en una mano y ordenando
que nadie tocase al Inca. Por fin, los españoles asidos a un costado del anda
lograron ladearla y cogieron al soberano.
Al caer la noche aquel aciago
16 de noviembre de 1 532 había terminado para siempre el Tahuantinsuyu, el Sapa
Inca estaba cautivo y con su prisión llegaba a su fin la autonomía del Estado
indígena. Desde ese momento, cambios trascendentales transformaron el ámbito
andino, cambios que no sólo afectaron a
los naturales, sino que produjeron profundas consecuencias en Europa.
Pedro Pizarro señala en su
crónica que hasta el memorable día de Cajamarca, los españoles no habían
combatido a los naturales fuera de unas cuantas escaramuzas en Tumbes y La Puná. En ningún momento
del recorrido desde la costa hasta el real de Atahualpa habían hallado los
españoles el menor estorbo; muy al contrario, en todo momento les fueron
ofrecidos guías y víveres de los depósitos estatales. Atahualpa no cayó ante
una guerra abierta, lo que aconteció fue una atrevida y audaz emboscada.
La economía europea se vio
afectada por el impacto del arribo de los enormes contingentes de oro peruano,
y más adelante por la adaptación de la papa, tubérculo que permitió el
crecimiento demográfico europeo y acabó con el hambre que periódicamente
amenazaba al viejo continente cada vez que menguaban las cosechas.
¿Quién fue Diego de Almagro? Semblanza novelada…
“Vete, e ayúdate Dios en tu Ventura”
Impresiona el ojo ausente,
tapado con un paño de seda negra que le cruza el rostro, en aquel tipo de
cabeza algo grande y alargada, como de mula, que hoy avanza montado en un brioso
caballo por una de las estrechas y populosas callejuelas de piedra de la ciudad
del Cuzco, envuelto en una señorial capa finamente bordada en oro. Un indio
vestido con gorro y poncho aimaraes, y por debajo bombachas de soldado, trota a
pie, dos metros adelante, agitando un escudo de cuero ovalado y una larga pica.
- ¡Paso al Adelantado! ¡Paso al
Adelantado! –grita en español.
-
¡Paso al Adelantado! ¡Paso al
Adelantado! –grita de nuevo, ahora en quechua.
Los indígenas, arropados en sus
mantas multicolores, cargados de mercancías o de niños, se escabullen por los
rincones más oscuros al oír los gritos del criado y los ruidosos cascos de la
bestia.
Los españoles le abren paso con
presteza, lo miran hacia lo alto, y lo saludan a gritos entre la brisa helada
de la cordillera.
-¡Ea, hola, Don Diego!
-Buen día, Sumercé, buen día!
-¡Don Diego de Almagro, mi Dios
le otorgue sus bendiciones!
El criado brinca y gesticula
con la adarga y la pica. El caballo caracolea. Las espuelas tintinean.
Esta es una bella introducción,
algo novelesca, que nos regala el periodista, escritor y académico chileno Juan
Jorge Faundes, sobre Don Diego de Almagro, el Adelantado del Sur, socio de Don Francisco Pizarro y del clérigo Don
Hernando de Luque. Prosigamos, bajo la venia del benévolo lector:
Mientras Don Diego se siente
henchido de satisfacción y goza en lo más profundo de su espíritu el placer de
sentirse admirado, amado y temido, uno de los indígenas se acerca con disimulo
al criado e intercambia con él un conjunto de cuerdas de diferentes colores,
anudadas en diversas partes, y desaparece como un soplido de viento entre las
sombras de las casas.
-¡Felipillo! –Grita Almagro
cuando se detienen ante el portal de una casona de piedra muy pulida en la base
y más tosca hacia arriba-. ¡Felipillo! ¡Alimenta, baña y acaricia a esta bestia
tan noble! ¡Con especial cuidado esta vez, muchacho, mira que mañana le espera
el comienzo de un largo, muy largo y penoso viaje!
-¡A la orden, mi Señor, a la
orden, Sumercé, Don Diego! –dice Felipillo con estudiados gestos de
domesticación-. ¡Su caballo será tratado por mí como si fuera un príncipe
consentido!
Felipillo sabe, porque muchas
veces ha escuchado la historia de los propios labios de su señor, cuando lo
relata a sus oficiales o las mujeres que se lo preguntan, que perdió el ojo
hace diez años en una feroz batalla sostenida en las costas cercanas a Panamá,
más allá del Chinchaysuyo, la
Región del Norte, con familias de esas tierras que se
resistían a la invasión de estos sangrientos extranjeros. Le fue vaciado de un
certero flechazo por los habitantes del pueblo quemado, algunas leguas al sur
de Tierra Firme, región situada entre las actuales Nicaragua y Venezuela,
cuando un día de marzo de 1 525 llegó a ese lugar de lluvias perpetuas, también
llamado Puerto de Las Piedras, en un barco pequeño y con cincuenta hombres a
bordo. El, que se preciaba de tener ojos de águila, pasaba días enteros en el
puente, o asomado por la borda de cubierta, horadando la costa en busca de
signos de algún velero. Buscaba a su socio el capitán Francisco Pizarro, quien
había pasado por allí semanas antes en un buque mayor, con 112 hombres, algunos
perros, cuatro caballos y dos canoas. Pizarro bautizó ese lugar como Pueblo
Quemado, pues ante su presencia, los indígenas quemaban sus chozas y cultivos y
se alzaban.
Jamás olvidará Almagro el horrible dolor que lo invadió como un
rayo y lo sacudió desde la cabeza a los pies, cuando, tras haber bajado a la
playa con unos pocos hombres para capturar a las indias, un dardo se le clavó
con un golpe seco bajo la visera y lo arrojó de espaldas al suelo. En esa
posición, el filo de una lanza le cercenó tres dedos de la mano derecha. Las
mujeres habían desaparecido selva adentro, pero centenares de hombres
pintarrajeados y profiriendo alaridos de guerra, lo rodeaban erizados de armas
punzantes y cortantes. Buscaban un espacio entre las piezas de la armadura para
asestar el pinchazo de gracia. Sus soldados se habían replegado hacia la playa
y creyó que la hora de su muerte había llegado.
Pensó en la hermosa y tierna Ana Martínez, aquella joven india
de las vecindades del Darién, madre de su hijo Diego, a quien ella criaba en su
hacienda de Castilla del Oro. Recordó su propia y ya lejana niñez en la
provincia española de Ciudad Real, en la región de la Mancha. Allí , en las villas de
Bolaños y Aldea del Rey, lo crió Sancha López del Peral, para, así se creía
entonces, salvar el honor de su madre. Esta, Doña Elvira Gutiérrez, miembro de
una familia de campesinos, lo tuvo secretamente, siendo soltera, pues su novio,
Juan de Montenegro, copero del maestre de Calatrava, le había prometido
matrimonio, pero exigió dinero para consentir en casarse cuando se enteró de
que iban a tener un hijo.
Nacido así en la villa de Almagro en 1 479, Diego fue entregado
a Sancha López del Peral, con quien vivió hasta los cuatro o cinco años.
Después lo crió un tío, hermano de su madre, hombre rudo y de pensar rígido que
le propinaba frecuentes castigos por sus travesuras, e inclusive le ponía
cepos en los pies. En aquellos años tuvo oportunidad de conocer a su verdadero
padre, única persona de la que recibió afecto. Pero muy luego, su progenitor
murió.
Diego rompió entonces todo vínculo con su villa natal, huyó del
lado de su tío y se transformó en aventurero. Tenía ya catorce o quince años.
Es probable que haya vivido en Sevilla, uno más entre la multitud de niños
vagos que pululaban por los muelles del río Guadalquivir y los mercados,
trabajando o robando. Falto de apellido, adoptó el de su villa natal.
El último recuerdo de su madre lo remonta a Ciudad Real, capital
de la provincia del mismo nombre. Era 1 493, estaba todavía en plan de fuga y,
rumbo a Sevilla, pasó por aquella ciudad, donde su madre vivía casada ahora con
un señor de posición, y se le acercó furtivamente a solicitarle ayuda.
-Toma, hijo, y no me des más pasión –le dijo la mujer dándole un
pan y algún dinero-. Vete, e ayúdate Dios en tu Ventura.
Tenía 35 años cuando el destino lo hizo mirar hacia las Indias
Occidentales. Había alcanzado un envidiable puesto de criado de don Luís de
Polanco, Alcalde de Sevilla y miembro del Consejo de Castilla, cuando se vio
envuelto en una pelea y acuchilló a un rival. Aunque era criado del Alcalde,
temió ser sometido a juicio y se fugó.
Poco después, con ayuda secreta de su amo, logró ser autorizado
por la Casa de
Contratación, como uno de los mil quinientos hombres reclutados para la armada,
compuesta por 17 navíos, que el rey Fernando el Católico enviaba a Tierra Firme
al mando del nuevo Gobernador, don Pedro Arias Pedrarias Dávila. Entre esos mil quinientos iban 300 contratados
por la corona, y el resto eran caballeros en busca de fortuna y colonos,
quienes pretendían instalarse en forma sedentaria.
El 30 de junio de 1 514, Diego de Almagro llegó a la ciudad de
Santa María la Antigua
del Darién, como nuevo colono. Había allí unas cien casas habitadas por unas
dos mil personas, quinientos españoles más sus indios e indias del servicio.
Había sido fundada en 1 509 en el extremo meridional de las costas caribeñas
del istmo centroamericano. Con el arribo de Pedrarias y su muchedumbre de
nuevos pobladores, Santa María la
Antigua del Darién sufrió un impacto demográfico. Cuadruplicó
su población de hispanos.
El nuevo colono Almagro construyó una casa y participó en las cabalgadas o empresas económico-militares,
con algunos capitanes como Francisco de Ballejos, Gaspar de Morales, Vasco
Núñez de Balboa y Luís Carrillo. Las cabalgadas consistían en tomar por asalto
una aldea de aborígenes y apoderarse del oro y cuanta riqueza pudieran
encontrar, así como de hombres y mujeres para vender como esclavos. Con su
parte en la repartija del botín y de las utilidades de la venta de indios,
Almagro acumuló capital que fue invirtiendo en la agricultura y la ganadería.
Estos trabajos, que realizó como peón o soldado de infantería,
hasta que pudo comprarse un caballo y armas, equipos que por su escasez estaba
muy sobre valorado en Tierra Firme, le valieron su fama de excelente rastreador
y cazador de indios. De las utilidades de las cabalgadas correspondía al Rey un
quinto, el llamado quinto real, más
lo cobrado como comisión por los gobernadores, en este caso Pedrarias, por
autorizar las incursiones. El resto se repartía entre el capitán y sus hombres.
Por lo general, los capitanes descontaban los demás costos de la expedición
–víveres, vestuarios, herramientas- y guardaban como ganancia el doble de lo
que pagaban a cada uno de sus
hombres. Había quienes, como el capitán Francisco Pizarro, pagaban más a los
caballeros y menos a los peones, y retribuían con especial generosidad los
actos de valentía y el buen trabajo.
Con el tiempo, Almagro se asoció con el capitán Francisco
Pizarro y el cura Hernando de Luque, en una empresa llamada Compañía del
Levante y organizaron ellos mismos cabalgadas y ventas de mercancías e indios,
y prestaron servicios comerciales para pertrechar las empresas de otros
capitanes. Así, cuando en 1 524 organizaron el primer viaje al sur, eran
hombres ricos. Almagro tenía 20 indios en la isla Taboga, parte del repartimiento* de Chuchama que compartía
con Pizarro, y 80 indios del cacique Tufy, que compartía con el cura. Además
era dueño de otros indios y ganados en Darién, así como de una mina en el río
Chagres, con tres cuadrillas de esclavos y
de indios.
________________
*Los
repartimientos o encomiendas eran concesiones de indios hechas por el rey a los
conquistadores españoles.
De pronto, Juan
Roldán y un esclavo negro se abrieron paso entre una lluvia de dardos, lanzas y
piedras, cubriéndose con rodelas –pequeños escudos redondos- y lo protegieron
propinando golpes de espada con brazos que giraban como aspas. Fue entonces
cuando los replegados y otros que saltaron desde el navío, contraatacaron con
una embestida feroz. El campo quedó cubierto de cadáveres de indígenas y el
pueblo donde vivían, incendiados.
Juan Roldán y el
esclavo lo arrastraron a la nave para curarlo de las heridas, lo amarraron y
sujetaron como a una fiera y le cauterizaron la cuenca vacía y los muñones de
los dedos con un hierro al rojo y aceite caliente. Al primer contacto del metal
ardiente vomito el alma y se desmayó. Quedó varios días inmovilizado en una
cama de ramas. Cuando estuvo repuesto, y para que lo sufrido no fuera en vano,
decidió seguir recorriendo la costa hacia el sur e intentando no hostigar a los
naturales que había en cantidades y en multitud de poblados.
Durante semanas
recorrió bahías y ríos. Iba todavía en plan de exploración o descubrimiento, y
no de conquista, para lo que necesitaba mayores recursos. Por eso, para ganarse
su confianza, los jefes indígenas eran invitados a conocer el barco y se hacían
presentes mutuos e intercambiaban mercancías. El oro, en objetos y en grandes
madejas de hilo, producto del trueque, se acumulaba en las bodegas. El 24 de
junio, día de San Juan, descubrió un gran río, bautizado con ese nombre. En la
amplia desembocadura había cultivos y muchos habitantes. Fue la última etapa de
esa expedición y regresó a Panamá, en cuyas cercanías Pizarro lo esperaba, tras
haberse vuelto desde Puerto Quemado.
Pizarro estaba en
el caserío indígena del cacique Chuchama, el mismo que en sociedad con Almagro
le pertenecía por repartimiento. Allí se había quedado para sanar sus heridas y
las de sus hombres, reponerse de las penurias del viaje, y ver si Almagro había
tenido mejor suerte en conseguir oro para pagar al gobernador Pedrarias, de
modo que siguiera autorizándoles el monopolio de las futuras incursiones de la Compañía del Levante.
Un testigo
escribirá más tarde una Crónica Rimada del
encuentro de los dos socios EN Chuchama, ocurrido en la primera quincena de
septiembre de 1 525, narrando la alegría de Pizarro al recibir a Almagro:
Los brazos abiertos con él se
juntó
llorando de amor y grande
amistad,
porque yo digo diciendo
verdad
que amor como el de ellos
ninguno se vio.
“No era para menos su alegría”, dirá un historiador en un lejano futuro: “Almagro en sus andanzas había salvado la empresa con el oro encontrado
y con el descubrimiento del río San Juan”.
Don Diego solía
ocultar la falta del ojo con parches de paño negro. Pero en los combates, lucía
sin pudor y con fiereza aquel hueco de carne viva, para infundir espanto a los
enemigos.
Ahora, en la
intimidad de su monumental casa de piedra, en la capital inca del Cuzco, se
quita el ligero parche.
-¡Malgarida”-grita.
El bramido,
propio de quien está acostumbrado a gritar las órdenes entre el fragor de
tormentos y estridentes batallas, no desentona con su apariencia general. La
cabeza, aunque grande, no parece desproporcionada. Al contrario, bien puesta
entre sus hombros anchos y brazos musculosos agigantados por la armadura, es la
de un guerrero.
-¿Dónde os habéis
escondido, Malgarida? –vuelve a rugir con una bocaza apropiada al vozarrón.
Su maxilar
superior es prominente y remata en poderosos dientes que muestra cada vez que
habla, se enfada o ríe. Entre la cuenca vacía y su único ojo, sobresale una
nariz fina y más larga que lo común. Rápidos cambios de color en su frente y
mejillas, que van del dorado al rojo y del rojo al violeta, denuncian un
carácter voluble, de veloz paso entre el ánimo alegre o sereno, y una cólera
visceral que irrumpe como la explosión de un barril de pólvora. La barba corta
y entrecana oculta un hoyuelo en uno de los carrillos, del que emana una
poderosa corriente de simpatía. Los dedos de menos en la mano derecha, no le
impide ser un feroz gladiador en las luchas cuerpo a cuerpo. Ni tampoco un
extraordinario amador.
Un hermoso
ejemplar de hembra de raza negra de edad indefinible, llega jadeante y sudando.
Viste una colorida túnica confeccionada con telas quechuas, que la cubre desde
el cuello a los tobillos.
-Aquí estoy, Don
Diego. No os impacientéis, Sumercé. Cocinaba para vos, mi amado señor –dice
gesticulando y con voz compungida.
-¡Ah, Malgarida!
–replica Diego de Almagro, enternecido-. ¡Qué haría yo sin vuestra piedad hacia
este humilde soldado!
- No exageréis,
mi señor. Obediencia y servicio os debo desde que me comprasteis. Y obediencia
y servicio os daré hasta mi muerte, aunque me otorguéis la libertada
-Sois magnífica,
Malgarida –sonríe Don Diego envolviéndola con la cálida mirada que emanaba de
su ojo sano-. Magnífica. Ninguna de las Vírgenes del Sol que he conocido posee
las gracias con las que Dios os bendijo.
La mira en
silencio por largo rato.
-Preparad
nuestros baúles –dice-. Al amanecer nos iremos a esas provincias que los indios
llaman Chili.
_________________
Fuentes: FAUNDES, Juan Jorge. Diego de Almagro, El
Adelantado del Sur. Santiago de Chile, Zi-Zag, 1 994.
Huancollo de Bellido, Domitila. Historia del Perú II. Arequipa-Perú. UNSA, 2 005.
FEBRES CATERIANO, Jorge Isaac. Historia y Arqueología del Antiguo Perú II. Arequipa-Perú, Imprenta Copy Star. Calle Universidad, 2 012.
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