viernes, 1 de junio de 2012

Historia y Arqueología del Antiguo Perú II




XVII

ANÁLISIS DE LA CONQUISTA DEL PERÚ

La Conquista del Perú es uno de los acontecimientos de mayor importancia y trascendencia de nuestra historia y, a su vez, uno de los sucesos más sobresalientes de la Historia del Nuevo Mundo, debido, precisamente, a las consecuencias que se derivaron de él.

Se inicia tal hecho memorable cuando los españoles comandados por Francisco Pizarro (cuyo número no llegaba a 200), que habían invadido los territorios del Tawantinsuyo por la región Norte (Tumbes), procedentes de Panamá, se desplazaron rumbo a la ciudad de Cajamarca. Ciudad ésta que, entonces, es tomada militarmente el 16 de noviembre de 1 532, después de haber hecho prisionero a Atahualpa, último emperador del famoso imperio de los Incas. Posteriormente todos los territorios del Antiguo Perú serían conquistados e incorporados a los dominios de España.
Factores que impulsaron a la invasión y conquista del Perú:

Factor Económico:

Para poder explotar sus cuantiosas riquezas consistentes, mayormente, en oro y en plata, metales preciosos éstos que tanto abundaban en estas comarcas del Reino de los Hijos del Sol. 

Factor Político:

La ambición de España de encumbrarse a la categoría de primera nación de Europa. Este país Ibérico, culmina su acariciado ideal al intervenir resueltamente en la conquista y colonización de los más ricos territorios del Nuevo Mundo, sede, a su vez de los dos imperios más famosos de América Precolombina: el de México (Azteca) y el del Perú (Inca), los mismos que caen abatidos, uno tras otro, ante el empuje de los invasores peninsulares.

Factor Militar y Científico:

Uno de los factores decisivos es que los peninsulares contaban con armas y conocimientos bélicos muy avanzados. Un instrumento científico que, seguramente, bríndales valiosísima ayuda a los conquistadores fue la brújula tanto para sus travesías marítimas de exploración como para orientarse en las inmensidades de los territorios americanos.


Factor Religioso:

Desde la iniciación de los Grandes Descubrimientos Geográficos se advierte el extraordinario interés de la iglesia por la difusión del cristianismo. Tal ideal cristalizase gracias, precisamente, a la obra de España, nación eminente católica, y, sobre todo, debido a la abnegada y fecunda labor de sus misioneros, muchos de los cuales alcanzaron celebridad como mártires de esa brillante pero sacrificada labor evangelizadora, y, asimismo, como valerosos defensores de la población nativa, frente a los abusos cada día más crecientes de los peninsulares.

Transplante de la Cultura Española al Perú:

España trae los elementos de la cultura occidental en general y de cultura en particular, tales son por ejemplo, nuevos conocimientos intelectuales (científicos, literarios, filosóficos) transmitidos a través de 4 elementos básicos:
El idioma castellano
La escritura fonética
El papel
La imprenta
Transplanta nuevas instituciones políticas:
El gobierno monárquico absolutista, en la forma de Virreinato y el cabildo, Institución que regía una ciudad, constituido por 2 alcaldes y varios Regidores.
Trae la evangelización a través de las misiones de los religiosos dominicos, mercedarios, agustinos, franciscanos y jesuitas. Se les convertía a los indígenas al cristianismo usando su propia lengua.

Además España trae nuevos productos agrícolas como los cereales (trigo, cebada, arroz, hortalizas, legumbres, etc. caña de azúcar, café y olivo; flores como rosas y jazmines; transplanta nuevos animales domésticos: vaca, buey, cerdo, oveja, gallinas, en cuanto a elementos técnicos tenemos: el torno, la pólvora, el vidrio, etc. y la moneda metálica, elemento básico para el comercio.
  
El Monopolio Español:

España estableció desde los primeros momentos de la Colonia, el monopolio comercial, por el cual sólo ella podía comerciar en forma cerrada y exclusiva con sus colonias, estando prohibido hacerlo con otras naciones europeas e incluso entre las mismas colonias (México y Perú); Felipe II precisa en 1 561 los únicos puertos de entrada y salida en España (Cádiz y Sevilla) y en América (Veracruz, Callao, Cartagena y Portobelo).

Para evitar y sortear los ataques de buques piratas, 2 veces al año, zarpaban de Sevilla, 2 barcos mercantes custodiados por 2 navíos de la Armada Real; este monopolio, en realidad perjudicó económicamente el desarrollo industrial de España y sus colonias; como antagonismo, surge el contrabando o comercio ilícito efectuado por ingleses, franceses, holandeses y portugueses. Recién en 1 778, Carlos II decreta el "Comercio Libre" en nuevo sistema comercial, al ver crítica la economía española.

La Fundación de Lima y Otras Ciudades:

Dejando en el Cuzco una regular guarnición al mando de su hermano Gonzalo, mientras enviaba a su socio Almagro a Quito, Francisco Pizarro salió del Cuzco con el objeto de fundar una ciudad que fuera la capital de su gobernación, pues él y sus huestes pensaban quedarse en el Perú para realizar la importante obra de colonización. Llegó nuevamente al valle del Mantaro y en el pueblo indígena de Hatun Jauja fundó la ciudad española de Jauja.

A los pocos meses los vecinos encontraron que el sitio no era muy apropiado, pues las nuevas plantas traídas de España no daban buenos frutos y los animales no se reproducían, pidiéndole que trasladara la capital a un lugar en la costa. Pizarro ordenó dirigirse al pueblo y santuario indígena de Pachacámac, para reconocer los curacazgos de Lurín y Mala, la fortaleza del Huarco (Cañete) y el señorío de Chincha. Estando en Pachacámac Pizarro comisionó a los españoles Ruy Díaz, Juan Tello y Alonso Martín de Don Benito para que inspeccionaran las tierras del curaca del Rímac en busca de un mejor lugar para fundar la capital de su Gobernación.

Los comisionados recibieron una buena impresión al llegar al valle. Lo encontraron poblado de varios señoríos a la redonda, con buenas tierras bien sembradas, abundancia de agua y leña y cerca de un buen puerto natural para el anclaje de las naves que los comunicaran con Panamá. Con tan buenas noticias regresaron a Pachacamac y Pizarro ordenó inmediatamente el traslado al nuevo lugar. El lunes 18 de enero de 1 535 Francisco Pizarro procedió a la solemne fundación de la ciudad capital de su Gobernación en el pueblo indígena de Lima. La ceremonia se realizó en el lugar que sería su plaza mayor, llamada después la residencia de los gobernantes del Perú, la Iglesia Mayor o Catedral y el local del Cabildo.

Otras ciudades fundadas por los españoles fueron Trujillo, Saña, Ica, Chincha, Tarma, Arequipa, Huancavelica, Huamanga (Ayacucho), etc.

 Infelizmente en el Perú, en pleno año 2 008 todavía existen gentes que les echan la culpa a los españoles de todos los males ocurridos en el Perú. Pareciera ser que estas personas no razonan que el hecho de la conquista del Perú fue una situación histórica de hace más de 500 años y que los procesos históricos del encuentro de dos pueblos siempre han sido trashumantes y violentos. Sin embargo los problemas sociales, económicos y políticos de los peruanos de ninguna manera tienen como consecuencia un hecho de hace 5 siglos, son otra serie de situaciones que han traído la pobreza actual del Perú. Es necesario cambiar el discurso chauvinista y patriotero que no hace más que confundir a las personas. Sobre la conquista del Perú podemos decir a manera de conclusiones:

Que medio Perú estuvo feliz por la muerte de Atahualpa, estábamos convencidos de la legitimidad de Huáscar y el asesinato de Atahualpa fue visto como una señal de justicia sobre el inca rebelde.

Que muchos pueblos del Perú vieron en Francisco Pizarro al héroe que los liberaría del yugo inca, creyeron que los españoles traerían un mejor destino sobre sus localidades y los apoyaron política y militarmente en el proceso de vencer a los incas.
Que gran parte de los mismos incas transaron con los españoles a cambios de privilegios y prebendas, que no hubo unidad de parte de los mismos incas y esto facilitó enormemente la conquista.
  

Que los peruanos actuales descendemos tanto de la línea indígena como española, y la única forma de entendernos como nación es reconocer el valor de nuestras vertientes y tratar de unir lo mejor de cada cultura a fin de recorrer el futuro juntos como una nación que ha de sentirse orgullosa por sus orígenes, como alguna vez escribió un autor peruano: "...De no haber sido poeta, quizás hubiese sido un blanco aventurero o un indio emperador...". (René Gabriel Yépez Huamán). 

La Conquista del Perú, la captura del Inca Atahualpa, el día que acabó el Tahuantinsuyo o Imperio de los Incas, el 16 de noviembre de 1 532, cómo afectó el oro y la plata del Perú en la economía europea.

EL DÍA QUE ACABÓ EL TAHUANTINSUYO

Cajamarca, 16 de Noviembre de 1532. Los españoles pasaron la noche a la vista del Real de Atahualpa y en constante guardia temiendo un ataque sorpresivo, sin embargo nadie los molestó. Al día siguiente, al atardecer, Atahualpa se decidió a entrar al pueblo. Precedieron al Inca unos cuatrocientos hombres, todos con vestimentas iguales, cuya misión era limpiar de piedras y pajas el camino, quince jinetes, en el segundo estaba Soto con quince o dieciséis caballos, en el tercero se situaba un capitán con otros tantos soldados mientras Francisco Pizarro con veinticinco efectivos de a pie y dos o tres jinetes esperaban en un galpón. En medio de la plaza, en una fortaleza que probablemente era un usno (especie de trono) estaba el resto de la gente con Pedro de Candia y ocho o nueve arcabuceros más un falconete.

Pedro Pizarro, al narrar los episodios de Cajamarca, señala que hasta entonces los españoles no habían luchado contra los naturales y no sabían cómo se enfrentaban en la guerra pues los acontecimientos de Tumbes y de La Puná eran meras escaramuzas. Según este cronista, el gobernador dividió su gente de a caballo en dos partes, comandadas por Hernando Pizarro y por Soto, respectivamente. Pedro de Candia y unos cuantos soldados fueron apostados en la pequeña estructura en medio de la plaza.

Lenta y pausadamente entró el Inca a la plaza después de que sus soldados la ocuparan parcialmente y se sorprendió de hallarla vacía. Al preguntar por los españoles le dijeron que de miedo permanecían escondidos en los galpones. Entonces, con mucha solemnidad, avanzó el dominico Valverde con una cruz entre las manos, acompañado por Felipillo el "lengua", y pronunció el requerimiento formal a Atahualpa de abrazar la fe católica y servir al rey de España, al mismo tiempo que le entregaba el evangelio. El diálogo que siguió es narrado de modo distinto por todos los testigos; es posible que la tremenda angustia vivida en esos instantes impidiera recordar después las frases exactas que se cruzaron entre los diversos actores de la tragedia.

 Tras el Inca, y en otras andas, era llevado el señor de Chincha. En ese momento el gobernador vaciló no sabiendo cuál de los dos era el soberano, sin embargo, ordenó a Juan Pizarro dirigirse hacia el curaca, mientras él y sus soldados avanzaron en dirección al Inca.

A una señal de Pizarro el silencio cargado de amenazas que envolvía la plaza se transformó en la más tremenda de las algaradas. Estallaron el trueno, el estampido del falconete, y retumbaron las trompetas, era el aviso para que los jinetes salieran al galope de los galpones. Sonaban los cascabeles atados a los caballos, disparaban ensordecedores los arcabuces; los gritos, alaridos y quejidos eran generales. En esa confusión los aterrados indígenas, en un esfuerzo por escapar, derribaron una pirca de la plaza y lograron huir. Tras ellos se lanzaron los jinetes, dándoles alcance y mataron a los que pudieron, otros murieron aplastados por la avalancha humana.

Mientras tanto Juan Pizarro se abalanzó en dirección del señor de Chincha y lo mató en sus mismas andas. Por su parte Francisco Pizarro con sus soldados masacraban a los indígenas que desesperadamente sostenían el anda del Inca, caían unos y eran reemplazados por otros. Al ver la situación, un español sacó un cuchillo para victimar a Atahualpa, pero Pizarro se lo impidió, saliendo herido en una mano y ordenando que nadie tocase al Inca. Por fin, los españoles asidos a un costado del anda lograron ladearla y cogieron al soberano.

Al caer la noche aquel aciago 16 de noviembre de 1 532 había terminado para siempre el Tahuantinsuyu, el Sapa Inca estaba cautivo y con su prisión llegaba a su fin la autonomía del Estado indígena. Desde ese momento, cambios trascendentales transformaron el ámbito andino, cambios que no sólo afectaron a los naturales, sino que produjeron profundas consecuencias en Europa.

Pedro Pizarro señala en su crónica que hasta el memorable día de Cajamarca, los españoles no habían combatido a los naturales fuera de unas cuantas escaramuzas en Tumbes y La Puná. En ningún momento del recorrido desde la costa hasta el real de Atahualpa habían hallado los españoles el menor estorbo; muy al contrario, en todo momento les fueron ofrecidos guías y víveres de los depósitos estatales. Atahualpa no cayó ante una guerra abierta, lo que aconteció fue una atrevida y audaz emboscada.

La economía europea se vio afectada por el impacto del arribo de los enormes contingentes de oro peruano, y más adelante por la adaptación de la papa, tubérculo que permitió el crecimiento demográfico europeo y acabó con el hambre que periódicamente amenazaba al viejo continente cada vez que menguaban las cosechas.

¿Quién fue Diego de Almagro? Semblanza novelada…

“Vete, e ayúdate Dios en tu Ventura”

Impresiona el ojo ausente, tapado con un paño de seda negra que le cruza el rostro, en aquel tipo de cabeza algo grande y alargada, como de mula, que hoy avanza montado en un brioso caballo por una de las estrechas y populosas callejuelas de piedra de la ciudad del Cuzco, envuelto en una señorial capa finamente bordada en oro. Un indio vestido con gorro y poncho aimaraes, y por debajo bombachas de soldado, trota a pie, dos metros adelante, agitando un escudo de cuero ovalado y una larga pica.
- ¡Paso al Adelantado! ¡Paso al Adelantado! –grita en español.

 -        ¡Paso al Adelantado! ¡Paso al Adelantado! –grita de nuevo, ahora en quechua.

Los indígenas, arropados en sus mantas multicolores, cargados de mercancías o de niños, se escabullen por los rincones más oscuros al oír los gritos del criado y los ruidosos cascos de la bestia.

Los españoles le abren paso con presteza, lo miran hacia lo alto, y lo saludan a gritos entre la brisa helada de la cordillera.

-¡Ea, hola, Don Diego!
-Buen día, Sumercé, buen día!
-¡Don Diego de Almagro, mi Dios le otorgue sus bendiciones!
El criado brinca y gesticula con la adarga y la pica. El caballo caracolea. Las espuelas tintinean.

Esta es una bella introducción, algo novelesca, que nos regala el periodista, escritor y académico chileno Juan Jorge Faundes, sobre Don Diego de Almagro, el Adelantado del Sur, socio de  Don Francisco Pizarro y del clérigo Don Hernando de Luque. Prosigamos, bajo la venia del benévolo lector:

Mientras Don Diego se siente henchido de satisfacción y goza en lo más profundo de su espíritu el placer de sentirse admirado, amado y temido, uno de los indígenas se acerca con disimulo al criado e intercambia con él un conjunto de cuerdas de diferentes colores, anudadas en diversas partes, y desaparece como un soplido de viento entre las sombras de las casas.

-¡Felipillo! –Grita Almagro cuando se detienen ante el portal de una casona de piedra muy pulida en la base y más tosca hacia arriba-. ¡Felipillo! ¡Alimenta, baña y acaricia a esta bestia tan noble! ¡Con especial cuidado esta vez, muchacho, mira que mañana le espera el comienzo de un largo, muy largo y penoso viaje!

-¡A la orden, mi Señor, a la orden, Sumercé, Don Diego! –dice Felipillo con estudiados gestos de domesticación-. ¡Su caballo será tratado por mí como si fuera un príncipe consentido!

Felipillo sabe, porque muchas veces ha escuchado la historia de los propios labios de su señor, cuando lo relata a sus oficiales o las mujeres que se lo preguntan, que perdió el ojo hace diez años en una feroz batalla sostenida en las costas cercanas a Panamá, más allá del Chinchaysuyo, la Región del Norte, con familias de esas tierras que se resistían a la invasión de estos sangrientos extranjeros. Le fue vaciado de un certero flechazo por los habitantes del pueblo quemado, algunas leguas al sur de Tierra Firme, región situada entre las actuales Nicaragua y Venezuela, cuando un día de marzo de 1 525 llegó a ese lugar de lluvias perpetuas, también llamado Puerto de Las Piedras, en un barco pequeño y con cincuenta hombres a bordo. El, que se preciaba de tener ojos de águila, pasaba días enteros en el puente, o asomado por la borda de cubierta, horadando la costa en busca de signos de algún velero. Buscaba a su socio el capitán Francisco Pizarro, quien había pasado por allí semanas antes en un buque mayor, con 112 hombres, algunos perros, cuatro caballos y dos canoas. Pizarro bautizó ese lugar como Pueblo Quemado, pues ante su presencia, los indígenas quemaban sus chozas y cultivos y se alzaban.

Jamás olvidará Almagro el horrible dolor que lo invadió como un rayo y lo sacudió desde la cabeza a los pies, cuando, tras haber bajado a la playa con unos pocos hombres para capturar a las indias, un dardo se le clavó con un golpe seco bajo la visera y lo arrojó de espaldas al suelo. En esa posición, el filo de una lanza le cercenó tres dedos de la mano derecha. Las mujeres habían desaparecido selva adentro, pero centenares de hombres pintarrajeados y profiriendo alaridos de guerra, lo rodeaban erizados de armas punzantes y cortantes. Buscaban un espacio entre las piezas de la armadura para asestar el pinchazo de gracia. Sus soldados se habían replegado hacia la playa y creyó que la hora de su muerte había llegado.

Pensó en la hermosa y tierna Ana Martínez, aquella joven india de las vecindades del Darién, madre de su hijo Diego, a quien ella criaba en su hacienda de Castilla del Oro. Recordó su propia y ya lejana niñez en la provincia española de Ciudad Real, en la región de la Mancha. Allí, en las villas de Bolaños y Aldea del Rey, lo crió Sancha López del Peral, para, así se creía entonces, salvar el honor de su madre. Esta, Doña Elvira Gutiérrez, miembro de una familia de campesinos, lo tuvo secretamente, siendo soltera, pues su novio, Juan de Montenegro, copero del maestre de Calatrava, le había prometido matrimonio, pero exigió dinero para consentir en casarse cuando se enteró de que iban a tener un hijo.

Nacido así en la villa de Almagro en 1 479, Diego fue entregado a Sancha López del Peral, con quien vivió hasta los cuatro o cinco años. Después lo crió un tío, hermano de su madre, hombre rudo y de pensar rígido que le propinaba frecuentes castigos por sus travesuras, e inclusive le ponía cepos en los pies. En aquellos años tuvo oportunidad de conocer a su verdadero padre, única persona de la que recibió afecto. Pero muy luego, su progenitor murió.

Diego rompió entonces todo vínculo con su villa natal, huyó del lado de su tío y se transformó en aventurero. Tenía ya catorce o quince años. Es probable que haya vivido en Sevilla, uno más entre la multitud de niños vagos que pululaban por los muelles del río Guadalquivir y los mercados, trabajando o robando. Falto de apellido, adoptó el de su villa natal.

El último recuerdo de su madre lo remonta a Ciudad Real, capital de la provincia del mismo nombre. Era 1 493, estaba todavía en plan de fuga y, rumbo a Sevilla, pasó por aquella ciudad, donde su madre vivía casada ahora con un señor de posición, y se le acercó furtivamente a solicitarle ayuda.

-Toma, hijo, y no me des más pasión –le dijo la mujer dándole un pan y algún dinero-. Vete, e ayúdate Dios en tu Ventura.

Tenía 35 años cuando el destino lo hizo mirar hacia las Indias Occidentales. Había alcanzado un envidiable puesto de criado de don Luís de Polanco, Alcalde de Sevilla y miembro del Consejo de Castilla, cuando se vio envuelto en una pelea y acuchilló a un rival. Aunque era criado del Alcalde, temió ser sometido a juicio y se fugó.

Poco después, con ayuda secreta de su amo, logró ser autorizado por la Casa de Contratación, como uno de los mil quinientos hombres reclutados para la armada, compuesta por 17 navíos, que el rey Fernando el Católico enviaba a Tierra Firme al mando del nuevo Gobernador, don Pedro Arias Pedrarias Dávila. Entre esos mil quinientos iban 300 contratados por la corona, y el resto eran caballeros en busca de fortuna y colonos, quienes pretendían instalarse en forma sedentaria.

El 30 de junio de 1 514, Diego de Almagro llegó a la ciudad de Santa María la Antigua del Darién, como nuevo colono. Había allí unas cien casas habitadas por unas dos mil personas, quinientos españoles más sus indios e indias del servicio. Había sido fundada en 1 509 en el extremo meridional de las costas caribeñas del istmo centroamericano. Con el arribo de Pedrarias y su muchedumbre de nuevos pobladores, Santa María la Antigua del Darién sufrió un impacto demográfico. Cuadruplicó su población de hispanos.

El nuevo colono Almagro construyó una casa y participó en las cabalgadas o empresas económico-militares, con algunos capitanes como Francisco de Ballejos, Gaspar de Morales, Vasco Núñez de Balboa y Luís Carrillo. Las cabalgadas consistían en tomar por asalto una aldea de aborígenes y apoderarse del oro y cuanta riqueza pudieran encontrar, así como de hombres y mujeres para vender como esclavos. Con su parte en la repartija del botín y de las utilidades de la venta de indios, Almagro acumuló capital que fue invirtiendo en la agricultura y la ganadería.

Estos trabajos, que realizó como peón o soldado de infantería, hasta que pudo comprarse un caballo y armas, equipos que por su escasez estaba muy sobre valorado en Tierra Firme, le valieron su fama de excelente rastreador y cazador de indios. De las utilidades de las cabalgadas correspondía al Rey un quinto, el llamado quinto real, más lo cobrado como comisión por los gobernadores, en este caso Pedrarias, por autorizar las incursiones. El resto se repartía entre el capitán y sus hombres. Por lo general, los capitanes descontaban los demás costos de la expedición –víveres, vestuarios, herramientas- y guardaban como ganancia el doble de lo que pagaban a cada uno de sus hombres. Había quienes, como el capitán Francisco Pizarro, pagaban más a los caballeros y menos a los peones, y retribuían con especial generosidad los actos de valentía y el buen trabajo.

Con el tiempo, Almagro se asoció con el capitán Francisco Pizarro y el cura Hernando de Luque, en una empresa llamada Compañía del Levante y organizaron ellos mismos cabalgadas y ventas de mercancías e indios, y prestaron servicios comerciales para pertrechar las empresas de otros capitanes. Así, cuando en 1 524 organizaron el primer viaje al sur, eran hombres ricos. Almagro tenía 20 indios en la isla Taboga, parte del repartimiento* de Chuchama que compartía con Pizarro, y 80 indios del cacique Tufy, que compartía con el cura. Además era dueño de otros indios y ganados en Darién, así como de una mina en el río Chagres, con tres cuadrillas de esclavos y de indios.
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*Los repartimientos o encomiendas eran concesiones de indios hechas por el rey a los conquistadores españoles.

De pronto, Juan Roldán y un esclavo negro se abrieron paso entre una lluvia de dardos, lanzas y piedras, cubriéndose con rodelas –pequeños escudos redondos- y lo protegieron propinando golpes de espada con brazos que giraban como aspas. Fue entonces cuando los replegados y otros que saltaron desde el navío, contraatacaron con una embestida feroz. El campo quedó cubierto de cadáveres de indígenas y el pueblo donde vivían, incendiados.

Juan Roldán y el esclavo lo arrastraron a la nave para curarlo de las heridas, lo amarraron y sujetaron como a una fiera y le cauterizaron la cuenca vacía y los muñones de los dedos con un hierro al rojo y aceite caliente. Al primer contacto del metal ardiente vomito el alma y se desmayó. Quedó varios días inmovilizado en una cama de ramas. Cuando estuvo repuesto, y para que lo sufrido no fuera en vano, decidió seguir recorriendo la costa hacia el sur e intentando no hostigar a los naturales que había en cantidades y en multitud de poblados.

Durante semanas recorrió bahías y ríos. Iba todavía en plan de exploración o descubrimiento, y no de conquista, para lo que necesitaba mayores recursos. Por eso, para ganarse su confianza, los jefes indígenas eran invitados a conocer el barco y se hacían presentes mutuos e intercambiaban mercancías. El oro, en objetos y en grandes madejas de hilo, producto del trueque, se acumulaba en las bodegas. El 24 de junio, día de San Juan, descubrió un gran río, bautizado con ese nombre. En la amplia desembocadura había cultivos y muchos habitantes. Fue la última etapa de esa expedición y regresó a Panamá, en cuyas cercanías Pizarro lo esperaba, tras haberse vuelto desde Puerto Quemado.

Pizarro estaba en el caserío indígena del cacique Chuchama, el mismo que en sociedad con Almagro le pertenecía por repartimiento. Allí se había quedado para sanar sus heridas y las de sus hombres, reponerse de las penurias del viaje, y ver si Almagro había tenido mejor suerte en conseguir oro para pagar al gobernador Pedrarias, de modo que siguiera autorizándoles el monopolio de las futuras incursiones de la Compañía del Levante.

Un testigo escribirá más tarde una Crónica Rimada del encuentro de los dos socios EN Chuchama, ocurrido en la primera quincena de septiembre de 1 525, narrando la alegría de Pizarro al recibir a Almagro:

Los brazos abiertos con él se juntó
llorando de amor y grande amistad,
porque yo digo diciendo verdad
que amor como el de ellos ninguno se vio.

“No era para menos su alegría”, dirá un historiador en un lejano futuro: “Almagro en sus andanzas había salvado la empresa con el oro encontrado y con el descubrimiento del río San Juan”.

Don Diego solía ocultar la falta del ojo con parches de paño negro. Pero en los combates, lucía sin pudor y con fiereza aquel hueco de carne viva, para infundir espanto a los enemigos.

Ahora, en la intimidad de su monumental casa de piedra, en la capital inca del Cuzco, se quita el ligero parche.

-¡Malgarida”-grita.

El bramido, propio de quien está acostumbrado a gritar las órdenes entre el fragor de tormentos y estridentes batallas, no desentona con su apariencia general. La cabeza, aunque grande, no parece desproporcionada. Al contrario, bien puesta entre sus hombros anchos y brazos musculosos agigantados por la armadura, es la de un guerrero.

-¿Dónde os habéis escondido, Malgarida? –vuelve a rugir con una bocaza apropiada al vozarrón.

Su maxilar superior es prominente y remata en poderosos dientes que muestra cada vez que habla, se enfada o ríe. Entre la cuenca vacía y su único ojo, sobresale una nariz fina y más larga que lo común. Rápidos cambios de color en su frente y mejillas, que van del dorado al rojo y del rojo al violeta, denuncian un carácter voluble, de veloz paso entre el ánimo alegre o sereno, y una cólera visceral que irrumpe como la explosión de un barril de pólvora. La barba corta y entrecana oculta un hoyuelo en uno de los carrillos, del que emana una poderosa corriente de simpatía. Los dedos de menos en la mano derecha, no le impide ser un feroz gladiador en las luchas cuerpo a cuerpo. Ni tampoco un extraordinario amador.

Un hermoso ejemplar de hembra de raza negra de edad indefinible, llega jadeante y sudando. Viste una colorida túnica confeccionada con telas quechuas, que la cubre desde el cuello a los tobillos.

-Aquí estoy, Don Diego. No os impacientéis, Sumercé. Cocinaba para vos, mi amado señor –dice gesticulando y con voz compungida.

-¡Ah, Malgarida! –replica Diego de Almagro, enternecido-. ¡Qué haría yo sin vuestra piedad hacia este humilde soldado!

- No exageréis, mi señor. Obediencia y servicio os debo desde que me comprasteis. Y obediencia y servicio os daré hasta mi muerte, aunque me otorguéis la libertada

-Sois magnífica, Malgarida –sonríe Don Diego envolviéndola con la cálida mirada que emanaba de su ojo sano-. Magnífica. Ninguna de las Vírgenes del Sol que he conocido posee las gracias con las que Dios os bendijo.

La mira en silencio por largo rato.

-Preparad nuestros baúles –dice-. Al amanecer nos iremos a esas provincias que los indios llaman Chili.
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Fuentes: FAUNDES, Juan Jorge. Diego de Almagro, El Adelantado del Sur. Santiago de Chile, Zi-Zag, 1 994.

Huancollo de Bellido, Domitila. Historia del Perú II. Arequipa-Perú. UNSA, 2 005.

FEBRES CATERIANO, Jorge Isaac. Historia y Arqueología del Antiguo Perú II. Arequipa-Perú, Imprenta Copy Star. Calle Universidad, 2 012.




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