lunes, 13 de diciembre de 2010

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Jorge Isaac Febres Cateriano

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO I

LA GENEALOGÍA DEL CLAN CATERIANO EN EL PERÚ

Visión Histórica, Turística y Cultural

¡UN HISTORIADOR VENCE EL OLVIDO!

“Este olvido, sin embargo, nada importa, porque siendo la inmortalidad el natural galardón de los genios, aunque mal comprendido por una generación y olvidados por otra, ellos vivirán en la Historia y en el corazón de los amigos, y pasarán a recibir de la posteridad los aplausos que les negaron sus contemporáneos”

Mariano Ambrosio Cateriano

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RESEÑA HISTÓRICA Y BIOGRÁFICA

Una de las hijas del matrimonio de José Andrés Cateriano y Felicitas Alcalá, Elvira, casó con el ilustre pedagogo arequipeño Mariano Trinidad Docarmo; otra, Raquel, con el historiador Francisco Javier Delgado y el único hijo hombre, el coronel Andrés Cateriano Alcalá, hizo toda la campaña en la guerra con Chile a órdenes del mariscal Andrés Avelino Cáceres y fue ministro de guerra en el segundo gobierno de José Pardo y Barreda. El hijo de éste, José Andrés Cateriano Cabello, fue a su vez ministro de Hacienda en el primer gabinete de Luís M. Sánchez Cerro y murió sin dejar descendencia.

Mariano Ambrosio Cateriano tuvo 4 hermanos: el ya citado José Andrés, nacido en Aplao, que fue fugaz secretario de Ramón Castilla, secretario de la Academia Lauretana de Artes y Ciencias de Arequipa a fines de 1840 y Vocal de las Cortes de Justicia de Cajamarca y Moquegua; Manuela del Dulce Nombre de Jesús Cateriano, religiosa y priora del monasterio de Santa Catalina en Arequipa; Pedro José, que murió en la infancia, y José Higinio, casado con María Repecarez y tronco de la familia Cateriano que proviene del Valle de Majes, donde se hizo cargo de las propiedades agrícolas de sus ascendientes.

Sus hijos fueron: Avelina, Petronila, Encarnación y José Plácido Cateriano Repecarez.

José Plácido Cateriano Repecarez casó con Juanita García Pastor y sus hijos fueron: Carmen Tarcila, Carmen Irene, Rosa y Juana Julia Cateriano García. Tarcila casó con Teófilo Justo Lira; Rosa casada con su primo Agenor Cateriano Cateriano; Carmen Irene casó con Zacarías J. Febres Zúñiga y Juana Julia fue casada con Rubén Edilberto Rodríguez Silva.

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Mariano Ambrosio era el menor de los hijos del matrimonio Cateriano y Rivera. A raíz de la temprana muerte de sus padres, fue, según la tradición familiar, criado por su abuela materna, Francisca de Artieda y Tapia, viuda ya entonces de Mariano de Rivera y Chevalier y abadesa de la Casa de las Recogidas de Arequipa.

De su infancia nuestro historiador conserva dos recuerdos: uno, el haber visitado con su madre a la de Nicolás de Piérola. El dato lo consigna Alberto Ulloa en su ya clásico libro sobre Piérola. Dice allí: “Don Germán Leguía que residió varios años en Arequipa, fue muy amigo del historiador arequipeño doctor Mariano Ambrosio Cateriano y refería que según éste, su propia madre lo había llevado de niño a acompañarle en sus visitas a la madre de Piérola, alojada en la casa de la familia Abril y Peña…”

El segundo recuerdo es una descripción del Seminario de San Jerónimo que ha incluido en su obra: “Recuerdos del Ilmo. Dr. Don Pedro José Chávez… Obispo de Arequipa”. Dice allí Cateriano: “el espíritu se contrista al recordar que después del grande apogeo a que llegó el Seminario de Arequipa vimosle entrar en un período de laxitud que parecía ser el seguro pronóstico de su muerte por inanición”. Agrega en tono sombrío al finalizar este párrafo… el agonizante Seminario…”

De este colegio Cateriano pasó al de La Merced, el 5 de abril de 1850, el secretario de ese colegio Fray Francisco Valencia certificó que nuestro historiador había “presentado exámenes de Gramática latina, Aritmética, Algebra, Geometría, Trigonometría, Física general y particular”. El certificado lleva el visto bueno de Fray Manuel Tejeda, regente del colegio.

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Ingresó más tarde a la Universidad de San Agustín. Mientras su hermano José Andrés, era secretario de la Academia Lauretana y se alternaban en su presidencia los notables doctores Andrés Martínez y el Deán Valdivia, el joven Cateriano consiguió ganar sus primeros ingresos como portero de esta institución. En 1853 el Deán Juan Gualberto Valdivia, que ya había percibido su pasión por la historia, le donó importantes documentos sobre el Obispo de Arequipa, don Antonio de León. Con gratitud y humildad, Cateriano lo hace constar así en la primera página del manuscrito encuadernado en pergamino: Obsequio del Ilmo. Deán D. D. Juan Gualberto Valdivia al último de sus discípulos 1853 Mariano Ambrosio Cateriano.

Sus estudios en la Universidad arequipeña lo condujeron a los grados de bachiller y de doctor. Afirma Monseñor Santiago Martínez que Cateriano se recibió de doctor en jurisprudencia, antes de 1855 y de abogado el 25 de agosto de 1865. En un Acta de marzo de 1857, se hace constar que Mariano Ambrosio Cateriano, optó el grado académico y de doctor en Economía Política, que traía agregados los de bachiller y licenciado, según se desprende del texto de la misma.

El 6 de noviembre de 1904 se elabora una Foja de Servicios del D. D. Mariano Ambrosio Cateriano, nacido en Arequipa el 11 de diciembre de 1829 y recibido de abogado en 26 de agosto de 1866. Como se percibe, las discrepancias en cuanto a fechas abundan también entre los datos que nos presenta Monseñor Martínez y los del documento manuscrito cuya copia hemos consultado.

En 1854, Cateriano se desempeñó como auxiliar en la secretaría de la Prefectura de Arequipa. Entre 1855 y 1875 fue catedrático en el Colegio de la Independencia, Vicerrector del mismo, entre 1868 y 1870, y rector de 1871 a 1875.

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Enseñó allí Economía Política. Fue, ya lo dijimos, rector de la Universidad de San Agustín entre los meses de abril hasta fines de octubre de 1883. La invasión chilena sobre Arequipa, determinó que Cateriano dejase el cargo. Fue también secretario del Ministerio de Gobierno en 1883 y diputado en el Congreso de Arequipa por la provincia de Tarapacá, “sin dietas” (Ad-honorem) y oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores en Arequipa el mismo año.

Figuró igualmente, como concejal del Concejo Departamental, entre 1883 y 1884, y varias veces del Concejo Provincial; fue Juez de Paz en el Cercado de Arequipa en 1887, secretario de la Sociedad de Beneficencia Pública durante 5 años y el 17 de julio de 1893 fue nombrado Vocal de la Corte Superior de Justicia de Arequipa. “La honradez de su conciencia brilló en la magistratura” dice Mostajo. Permaneció en el cargo hasta 1904, año en el que obtuvo su jubilación.

Según lo menciona en su testamento de 1889, casó en primeras nupcias, con Josefa Arnillas; este matrimonio fue anulado de acuerdo con disposiciones canónicas y, declara expresamente que, como causales de la nulidad de este primer matrimonio, “no hubo la menor falta ni culpa de mi parte”. En este matrimonio tuvo una hija: Maximiana Cateriano, que casó con José María Febres. Cateriano contrae segundas nupcias con Petronila Aguirre Pareja. De este matrimonio nacieron Mariano Ambrosio, que murió a los 21 años; Bernardino, Luís y Adrián, muertos de niños; María Francisca, que casó con el escocés Roberto Mac Dowall; Pedro José, casado con su sobrina Otilia Docarmo Cateriano, y Magdalena y Manuela, solteras.

Mariano Ambrosio Cateriano vivió hasta los 86 años de edad. A fines del siglo XIX adquirió una casa en la esquina

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de las calles Puente Grau y Villalba, donde lo llamó el Señor un 29 de Julio de 1915. Sus restos se inhumaron el 30, fecha que está anotada en el citado discurso fúnebre que, en representación del Ilustre Colegio de Abogados de Arequipa, pronunció con viva emoción Francisco Mostajo Miranda, amigo personal de Mariano Ambrosio Cateriano, a quien honró por sus virtudes cívicas, por ser hombre austero de corazón e ideal.

Mariano Ambrosio Cateriano fue “periodista, escritor y literato ameno” según nos dice Mons. Santiago Martínez. Por su parte, Mostajo afirma que Cateriano fue un “alto orador” y, por su puesto, que fue historiador. Germán Leguía y Martínez en su historia de Arequipa lo considera un historiógrafo “noble, rígido, opulento, de pluma diestra y palabra atrayente…” y Víctor Sánchez-Moreno lo ubica con la generación de historiadores mistianos del siglo XIX y comienzos del XX; siendo éste el juicio de un estudioso que ha analizado rigurosamente la obra de nuestro autor, en su excelente libro “Arequipa Colonial y las fuentes de su Historia”. La imagen histórica que percibimos en quienes lo conocieron y trataron de cerca, como Mostajo y Leguía, es la de una persona docta, proba, virtuosa y con personalidad dinámica, vibrante, comprometida profundamente con la causa de Arequipa. Por encima de todo ello nadie niega que Mariano Ambrosio Cateriano, en la actividad que definió su existencia, fuera sobre todo un historiador, un investigador que, utilizando fuentes y compulsándolas, trabajó sobre temas esenciales de la historia de Arequipa.

Cronológicamente, las obras publicadas por Mariano Ambrosio Cateriano empiezan con sus “Tradiciones de Arequipa o Recuerdos de Antaño”. Imprenta del H. Municipalidad por Lorenzo Benavides, Arequipa 1881. Luego apareció su “Ojeada sobre la vida de Monseñor Juan Gualberto Valdivia. Deán de Arequipa”. Arequipa, Imprenta de la Bolsa 1884.

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Este trabajo ha tenido una suerte curiosa, pues en la edición del libro del Deán Valdivia: “Las Revoluciones de Arequipa” hecha por el diario católico arequipeño “El Deber” en 1 956, se incluye como anexo bajo el título de Biografía de Monseñor Juan Gualberto Valdivia, hecha por Mariano Ambrosio Cateriano, arbitrario nombre con el que acostumbra citársele y que figura también en la hermosa edición de “Deán Juan Gualberto Valdivia. Vida y Obras”, hecha por la UNSA EN 1996, En el tomo I, Pág. 57.

Los investigadores han planteado y desarrollado una tesis: Cateriano es un investigador, antes que nada; y su obra, en conjunto, resiste el examen y la crítica historiográfica. No está de más que insistamos en considerarlo como un corpus historiográfico, producido con la perceptiva propia de su época, pero en la que podemos encontrar un valioso caudal informativo sobre la historia de Arequipa, ello incluye las Tradiciones de Arequipa que ciertamente no son literatura en sentido estricto, y las memorias de los Obispos de Arequipa, que las hemos clasificado como Recuerdos siendo biografías en sentido específico.

En la revista “Prisma” escribió sobre Cateriano, el doctor Francisco Mostajo, llamándolo “decano de los escritores arequipeños y decano también de los historiógrafos peruanos”. Por su colaboración en La Guillotina, El Ferrocarril, La Bolsa, El Eco del Misti y el Comercio de Lima, lo considera también como periodista.

Hacia 1861 participó Cateriano en la Sociedad Progresista “que fue el núcleo del intelectualismo avanzado de Arequipa”. Insiste Mostajo en este artículo: “Pero su labor meritoria es la de historiógrafo. Él, si no la única, es una de las rarísimas personas que, en Arequipa se ha fatigado entre archivos e investigaciones para hallar en medio del fárrago caótico el

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dato aislado que proporcione un punto para la visión del pasado”.

El doctor Cateriano es miembro, dice Mostajo, del Club Literario de Arequipa y del Instituto histórico. La lectura de este trabajo publicado por Mostajo, ratifica con toda claridad, que nuestro autor, el doctor fue reconocido, en vida, como historiador.

Afirma Sánchez-Moreno, con toda razón: “No es mucho lo que se ha dicho a favor de los merecimientos de tan prolífico historiador y tradicionalista, cuyo valioso aporte nosotros creemos es hora de justipreciar en toda su medida”.

Mostajo expresó el 30 de julio de 1915, ante los restos de Mariano Ambrosio Cateriano: “Su esfuerzo en pro de nuestra historia, aquí donde todos somos ignorantes de nuestro pasado, representará siempre una contribución a la historia de Arequipa”.

El discurso de Francisco Mostajo Miranda, apareció en el diario católico “El Deber”, el lunes 16 de agosto de 1 915, en primera página y bajo el título: “Homenaje al Mérito”. Este discurso de Mostajo es el último de los tres que se publican, precedidos de una nota del periódico. El primero es de Belisario Soto, presidente de la Corte Superior de Justicia y el otro de Augusto Aguirre Morales, en representación del Colegio de la Independencia. Figura también en la Revista UNSA, segundo Semestre de 1 953, en un número especial dedicado a Mostajo.

Precisamente Mostajo insiste, de manera reiterada, en considerarlo orador y tribuno de origen romántico, cuya escuela de amplio gesto y grandes golpes de voz, se transparenta en sus escritos y en sus elogios y biografías, que fueron lo más logrado de sus trabajos historiográficos.

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Cateriano fue contemporáneo y compañero de trabajo del ilustre sacerdote en el colegio de la Independencia y es, también, “el primero de publicar la biografía del Deán Valdivia, a los pocos días de su fallecimiento” como afirma Mariano Arenas. Deducimos entonces que la información sobre Valdivia le fue proporcionada directamente a Cateriano por éste.

En 1890 en la Tipografía Cáceres se da luz pública al trabajo: “El Ayo del Libertador del medio día de América ante la sociedad actual”. Se trata de una biografía del maestro y amigo de Simón Bolívar, don Simón Rodríguez, personalidad singular que tuvo honda influencia en la formación moral y cultural del Libertador. Siendo Rodríguez amigo del Deán Juan Gualberto Valdivia, parece oportuno plantear que la fuente principal del interés de Cateriano por Rodríguez, fue la información acerca de su prodigiosa cultura humanística que le proporcionó el Deán, quien, en alguna oportunidad, “examinó” en conocimientos sobre Rousseau a Rodríguez, recibiendo durante una hora un caudal análisis y opiniones que demostró la versación enciclopédica del maestro de Bolívar.

Se sorprende Mostajo en su “Elogio de los historiadores antitéticos”, Rodríguez y Cateriano, el uno apotegmático y el segundo “opulento” como lo consideró Leguía y Martínez, Cateriano haya dedicado su tiempo a estudiar la vida de Rodríguez.

La Catedral de Arequipa” es un artículo fechado el 1º de diciembre de 1891. Se publicó inserto en el libro “Arequipa”

de Jorge Polar, impreso en la Tipografía Cuadros en 1922. En justo reconocimiento de los méritos académicos de Cateriano como historiador, se publican varios trabajos suyos en la Revista Histórica, órgano oficial del Instituto Histórico del Perú, que es hoy la Academia Peruana de la Historia.

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Lo cita Manuel Moreyra Paz Soldán en su “Bibliografía Regional Peruana”, en la parte correspondiente a Arequipa, como autor de: “El Hospital de San Juan de Dios de Arequipa” en la Revista Histórica, Tomo II, Lima 1907; también agrega: “Don Juan Domingo Zamácola y Jáuregui”, en la Revista Histórica, Tomo II, 1908.

El motivo para estudiar Cayma y su aire puro, dice Cateriano que este pueblo ha sido designado como lugar de convalecencia. Afirma con toda razón que la toma de las aguas del Chili para regar la fértil campiña es la Acequia Alta, que “fue obra de los antiguos moradores antes de la conquista, luego ensanchada por los españoles”.

Los Habitantes de Cayma, dice con acierto, Cateriano; “fueron oriundos de la provincia de Collaguas; y los españoles, agrega, aumentaron su población, con los indígenas de Chucuito.

Mariano Ambrosio Cateriano, fue nuestro tío bisabuelo por parte de mi querida madre, Irene Cateriano García, quien siempre nos contaba interesantes anécdotas referentes a este personaje de singular excelencia. Fue secretario del Ministro de Gobierno y luego Diputado por la provincia de Tarapacá en el Congreso reunido en Arequipa, fue oficial mayor del Ministerio de Gobierno en 1883 mientras fue despachado en Arequipa por el Dr. José Miguel Vélez; fue Rector de la Universidad de San Agustín (1883-04-11).

La Catedral de Arequipa” es un artículo fechado el 1º de diciembre de 1891. Se publicó inserto en el libro “Arequipa”

de Jorge Polar, impreso en la Tipografía Cuadros en 1922. En justo reconocimiento de los méritos académicos de Cateriano como historiador, se publican varios trabajos suyos en la Revista Histórica, órgano oficial del Instituto Histórico del Perú, que es hoy la Academia Peruana de la Historia.

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Fue gran historiador que se ocupó de la vida del Deán Juan Gualberto Valdivia y del Cura Domingo Zamácola, y además de otros aspectos de la vida cultural y social de Arequipa como: “El 01 de diciembre de 1844, la campana mayor de la Catedral tocaba a rebato, alarmando al pueblo arequipeño, un gran incendio destruía el primer templo de la ciudad, por ventanas y claraboyas salían las llamas y el humo.

Habíase iniciado el siniestro en el altar mayor y se propagó rápidamente por los cortinajes y la obra de madera que es propia de un templo”. Son palabras del historiador M. A. Cateriano. La Universidad de Arequipa, que funcionaba en el mismo local del colegio “Independencia”, sus profesores para el sostenimiento de la guerra donaron de sus sueldos el 25%, en su recinto funciona la Cámara de Senadores, fue saqueada, sirvió de cuartel del ejército chileno, su biblioteca destruida y lo que no pudieron llevarse lo quemaron, por poco no desmontaron los sillares, ya que hasta los muebles que habían se los llevaron; la universidad es la sucesora de la “Academia Lauretana”, de donde han salido grandes hombres para beneficio de la patria...

Esta guerra en la que nos vimos envueltos por la ambición desmedida y la premeditación de Chile e Inglaterra, para apoderarse de extensas zonas de nuestro territorio y de nuestras riquezas, como que la consiguió a la postre, después de la invasión y de la firma del Tratado de Ancón, con saqueos vandálicos y abusos sin límite de los que fuimos víctimas.

Cateriano está profundamente vinculado a la Universidad Nacional de San Agustín. Alumno egresado de sus claustros, el 11 de abril de 1883, fue designado su Rector; dejando el cargo luego de la ocupación de la ciudad por el invasor chileno, a fines de octubre de ese año.

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Vladimiro Bermejo Quiroga lo llama “jurista, maestro y poeta”. El 30 de junio de 1 915, Francisco Mostajo Miranda, pronunció un discurso con ocasión del entierro de Cateriano, publicado en la Revista de la UNSA del segundo semestre de 1953.

Cateriano fue partícipe en los hechos gloriosos de Arequipa tumultuosa del siglo XIX; fue un extraordinario orador y que llevó una vida agitada, relacionada con las revoluciones que estremecieron la ciudad; se encuentra en el grupo de los redactores de “La Guillotina”, donde se expresa el rechazo de Arequipa al ignominioso tratado Vivanco-Pareja y que dio lugar al magno suceso del 28 de febrero de 1 865, preludio del glorioso combate del 2 de mayo de 1 866. Estuvo vinculado a hechos que aún nos asombran, y que darían mérito como lo reclamó Jorge Basadre Grohman, para que se hubiere reconocido a Arequipa “el derecho de iniciativa revolucionaria”. Afirma Mostajo, refiriéndose a Cateriano que su “alma; como la de su tumultuosa época, era vibrante”.

Sin duda, no se ofrece a un examen fácil de apreciar la personalidad de Cateriano, Mostajo dice que era fundamentalmente orador; agregando que dicho temperamento oratorio llevó a nuestro autor a la Historia y señalando, además, que el género de su predilección fue el biográfico. Debe precisarse también que Cateriano fue católico, no sólo creyente, sino practicante, que escribió versos íntimos dedicados al Santísimo y que, contradictoriamente según nuestro parecer, era a la vez liberal y hasta tuvo momentos anticlericales. Por lo menos esta imagen emerge de otro discurso de Francisco Mostajo Miranda, pronunciando en 1940, en el elogio a los historiadores que fueron catedráticos de la UNSA, entre las que sobresale Cateriano.

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Las más importantes contribuciones sobre la obra de Cateriano son de Francisco Mostajo Miranda, en su citado elogio… de 1940, de Víctor Sánchez-Moreno, en su informado estudio de las fuentes históricas y los historiadores de Arequipa, publicado en 1987; y de Estuardo Núñez, en la introducción a las “Tradiciones de Arequipa”, en su segunda edición de 1973.

Como una conclusión que nos confirme para ponernos en actitud de lucha contra el olvido, reproducimos las palabras iniciales de ese estudio de Núñez, donde dice refiriéndose a Cateriano: “sus rastros parecen perderse por la acción demoledora del tiempo. Los libros que escribió son hoy casi inhallables y los datos sobre su vida y acción muy dispersos.

Mariano Ambrosio Cateriano nació en Arequipa, el 11 de diciembre de 1829. Fue hijo de Teodoro Tadeo Cateriano y Bejarano y nieto de Juan Nicolás Cateriano, el primero de este apellido que, en el último tercio del siglo XVIII, se estableció en Arequipa, donde casó con Gregoria Georgina Bejarano y Zúñiga.

Según la tradición familiar el apellido Cateriano es de origen italiano y fue hispanizado a su paso por la península. Teodoro administraba propiedades familiares en el valle de Majes. En cuanto a su madre, creemos haber descubierto una discrepancia relacionada con su nombre y apellido. En su partida de bautismo, la número 726 de la Parroquia Auxiliar de Santiago, se expresa: “Mariano Ambrosio hijo legítimo de D. Teodoro Cateriano y de doña Brígida de Tapia y Chavaler (sic)”. Monseñor Santiago Martínez, benemérito historiador de Arequipa, al hacer la biografía de Cateriano en su “Monografía de la Corte Superior de Justicia de Arequipa”, consigna ese dato y lo reitera en su libro “Rectores de la Universidad del Gran Padre San Agustín”.

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Pero en el testamento, otorgado en Arequipa el 20 de septiembre de 1889, y cuya copia he consultado por medio de los familiares de Cateriano, este declara: “soy hijo legítimo de don Teodoro Cateriano y de doña Bríjida (sic) Rivera de Artieda. Surge así una discrepancia entre el contenido de dos documentos, directos e igualmente importantes: la partida de bautismo y el testamento.

Pero si consultamos la partida de matrimonio del hermano mayor de Mariano Ambrosio, José Andrés, casado en Arequipa el 4 de enero de 1851 con Felícitas Alcalá Iraseburo, éste dice también ser hijo legítimo de don Teodoro Cateriano y de doña María Brígida Rivera y Chavaler (sic). Ello podría llevarnos a sostener, ante tal coincidencia, que es lícito concluir que el nombre de la madre de ambos hermanos fue María Brígida Rivera de Artieda.

En la introducción a las “Tradiciones de Arequipa”, de Cateriano en su segunda edición de 1973. Mariano Ambrosio Cateriano perteneció al grupo de historiadores que sentó las bases de la historia de la ciudad de Arequipa.

Se debe a su inquietud histórica la publicación de “Tradiciones de Arequipa o Recuerdos de Antaño” (1 881); “Las Memorias de los Iltmos. Obispos de Arequipa” (1 900) y un estudio biográfico de Juan Gualberto Valdivia. Según Núñez Estuardo (1973); Cateriano “no deja de mostrar algunos rasgos originales que le dan prestancia”, aparte de su posición historicista al fundar sus tradiciones arequipeñas en fuentes estrictas del acontecer mistiano. En la presentación de esa nueva edición de las “Memorias de los Iltmos. Obispos” en 1908, Tipografía Quiroz, Cateriano dice: “el amor al estudio de la historia patria y ante el natural y justísimo temor y deseo de impulsarlos, me decidió a emprender la ardua tarea de salvar esos documentos de tan notable naufragio.

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CAPÍTULO II

MARIANO AMBROSIO CATERIANO

Mariano Ambrosio Cateriano pertenece al grupo de historiadores que sentó las bases de la historia de la ciudad de Arequipa. Se debe a su inquietud histórica la publicación de “Tradiciones de Arequipa o recuerdos de Antaño” (1881. “Los recuerdos del Ilmo. Sr. Dr. Dn. José Chávez de La Rosa” (1888). “Las memorias de los Ilmo. Obispos de Arequipa” (1900) y un estudio biográfico de Juan Gualberto Valdivia. Según Núñez, Estuardo: 1973; Cateriano “no deja de mostrar algunos rasgos originales que le dan prestancia”, aparte de su posición historicista al fundar sus tradiciones arequipeñistas en fuentes estrictas del acontecer mistiano.

Y en verdad, a través de las 19 estampas costumbristas contenidas en sus “Tradiciones de Arequipa o Recuerdos de Antaño”, se dibuja nítidamente la huella de los documentos fidedignos en los cuales se fundó Cateriano para escribir esos trabajos, o el signo del inmejorable estilo de su maestro Ricardo Palma. La mayor parte de sus tradiciones inciden sobre el ambiente de la Blanca Ciudad, entre las cuales no podemos dejar de mencionar algunas de especial significación histórica, porque sirven para conocer la mentalidad imperante en las gentes de Arequipa, durante el coloniaje; como aquella intitulada: “Dos multas para una Excomunión” correspondiente a 1677.

El autor (Cateriano), refiere que en este año se hallaba de corregidor don Juan de la Meza, Lugo y Ayala, caballero de la orden de Calatrava y natural de Tenerife a quien se tenía por “buen cristiano, justiciero magistrado” y “aunque llamado don Juan, no tuvo una pizca de Tenorio, pues la verdad sea dicha, fue célibe y casto”. Distingue entre las actividades piadosas y de servicio público del corregidor, las de platicar

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con su confesor, visitar a sus amigos canónigos “y no con poca frecuencia, a la madre Monteagudo, monja de Santa Catalina que gozó de gran fama de santidad en vida y muerte”.

El fondo del asunto expuesto por Cateriano, estriba en el conflicto suscitado entre don Juan y don Francisco de Soria, este último “licenciado en cánones, canónigo Maestrescuela y comisario del Santo Oficio”; cuya motivación estuvo en una sorda rivalidad progresivamente desarrollada entrambos por “quítame estas pajas”, y particularmente por sus celos profesionales “sobre competencia de jurisdicción en la que cada cual tiró de su lado para tomar el mango de la sartén”.

A causa de ello no faltaron los “dimes y diretes” a raíz de los cuales, dice nuestro autor”, se “armó una tremolina de las mejores que hubiéronse visto jamás”, en la que don Francisco no demostró suficiente genio para aguantar a su contrincante a quien de buenas a primeras, un día 24 de Octubre de 1677, le dictó un edicto – con los poderes que le daba su condición de comisario inquisidor – separándolo de la iglesia católica, sin parar mientes que era el “más católico caballero que vieron estos reinos”.

Tamaña decisión según da a entender el tradicionalista provocó en Arequipa un alboroto nunca visto hasta entonces y las consecuencias consiguientes en perjuicio de don Juan, porque una excomunión como la aplicada a tan ferviente católico, además de implicar una sanción tan temida, prácticamente segregaba de la sociedad al condenado. Por eso es que don Juan, a diferencia de su implacable juez quien “ganó cinco pulgadas y media de estatura”; quedó “más triste que pájaro empachado sin tener con quien hablar, más que con las paredes de su casa”.

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Y como las cosas no debían quedar iguales don Juan de la Meza, interpuso sus reclamos ante el Tribunal del Santo Oficio en Lima, en cuyo seno el asunto ocasionó “largas y acaloradas discusiones” que terminaron con la absolución del sancionado y, por añadidura, con la suspensión de oficio por un año del comisario y multa de mil patacones, esto es, equivalente a mil pesos de plata legítima.

Para concluir con este estudio, debemos mencionar el interesante compendio histórico escrito también por Cateriano; el mismo que lleva por títuloLa Catedral de Arequipa”.

En este trabajo, el autor una vez más revela sus dotes historiográficas al tratar sobre el principal templo de la Blanca Ciudad, actualmente Basílica-Catedral, cuya planta reúne, dentro de su espléndida magnificencia arquitectónica, todo el pasado colonial y republicano de la tierra del poeta Mariano Melgar.

Seguramente, inspirado en la copiosa documentación que pudo consultar, el escritor mistiano; acota que la Catedral arequipeña fue erigida por decreto del Papa Paulo IV; aunque, la antigua parroquia de San Pedro que sirviera como piedra fundamental, para la primera Iglesia de Arequipa, recién fuera convertida en Catedral por Bulas de Paulo V de 20 de Julio de 1609 y de 16 de Enero de 1612, a las que el Rey Felipe III diera el exequátur pertinente, encargándose el Obispo Dr. Fr. Pedro de Perea , de hacer la erección con fecha 11 de Octubre de 1619, para cuyo efecto creó dignidades para su Coro, a saber: Deán, Arcediano, Chantre, Maestre-escuela y Tesorero; además de una Canonjía de Merced y de dos Racioneros. Aludiendo a las peripecias ocurridas con motivo de dicha creación, hecho a cual más interesante para ilustrar el conocimiento del historial de la Iglesia de la Blanca Ciudad.

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Mariano Ambrosio Cateriano, se refiere a los pleitos suscitados entre los miembros del clero, como consecuencia de la fundación de la Catedral; motivados porque los señores Canónigos promovieron la nulidad de esa disposición ante su mismo autor, el Obispo Perea, acto que implicaba, según advierte, un verdadero “desacato de la autoridad de tan venerable prelado y grave escándalo del pueblo de Arequipa”.

Ellos –aclara – “duraron doce años, que sólo la muerte del Obispo les puso término, que agriaron hasta donde no es creíble, el ánimo del recto prelado, obligándole en un documento muy notable a prorrumpir en esta tan amarga queja: “aunque mi corazón fuera de piedra me lo habían de quebrantar…”. Al fin, ni la buena causa del Obispo, ni su brillante defensa merecieron la atención del monarca, y la justicia tuvo que estrellarse ante la parcialidad y las influencias.

Felipe IV, por cédula de 24 de Septiembre de 1624, declaró nula la erección hecha por el señor Perea, oblígale a practicar otra, ordenando en consecuencia, que los canónigos continuasen en la posesión de sus prebendas. Pero el recto prelado que vio así ultrajada su dignidad y violada la ley, no dio cumplimiento a lo dispuesto en dicha cédula, ni aún salió de su convento de Lima. (Cateriano: 1891; p. 166).

No es mucho lo que se ha dicho a favor de los merecimientos de tan prolífico historiador y tradicionalista, cuyo valioso aporte nosotros creemos es hora de justipreciar en toda su medida, del mismo modo que su importante contribución en bien del prestigio cultural de la capital sur peruana.

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El Deán Juan Gualberto Valdivia, personaje central de la historia republicana de Arequipa, sacerdote, abogado, orador, profesor de ciencias, teólogo y periodista, hizo del periódico.

“El Yanacocha” un decidido defensor y propugnador del proyecto confederal. Las opiniones de los historiadores sobre Valdivia son contradictorias. Lo han estudiado Mariano Ambrosio Cateriano, Jorge Basadre Grohman y José de la Riva Agüero, analizando su libro “Las revoluciones de Arequipa” que son las memorias de tan controvertido autor de los mismos hechos que narra y que no describe.

LOS TRABAJOS HISTÓRICOS DE MARIANO AMBROSIO CATERIANO RIVERA

En la generación de historiadores mistianos perteneciente al siglo XIX y principios del XX, merece especial referencia, Don Mariano Ambrosio Cateriano, de quien Víctor N. Benavente, simplemente dice de él, que “es otro de los historiadores que se ha ocupado con todo entusiasmo y cariño por la historia de su pueblo” (Benavente: 1940; p. 95). Empero, por encima de esta mera alusión biográfica exenta de profundizaciones; la vida y la obra de dicho escritor, resalta con inusitado brillo; no, únicamente, por ese entusiasmo y cariño, sino por la fluida contracción de sus estudios sobre la historia de la Blanca Ciudad.

Las preocupaciones de Cateriano, orientadas a la tarea de aquilatar los valores arequipeños, alcanzan con singular acierto a ofrecernos una visión costumbrista de la vida del pueblo mistiano tan cargado de remembranzas, cuyas páginas también sirven para nutrir la literatura peruana. Por eso, Estuardo Núñez, refiriéndose al libro “Tradiciones de Arequipa o recuerdos de antaño”, escrito por Cateriano

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en 1881, dice lo siguiente: “Los ambientes preferidos son los años del XVII y XVIII y los lares de Arequipa y también los de Moquegua y Lima. El lenguaje recoge expresiones (vocablos y frases) muy propias del habla local: la obra es rico venero de “arequipeñismos”. Las fuentes históricas utilizadas revelan la lectura detenida de la obra de Ricardo Palma, de la de Odriozola, de las historias locales y de manuscritos e informes administrativos del obispado de la ciudad, que Cateriano habría utilizado para otra obra suya de tipo estrictamente histórico (1973; p. 9). En consonancia con esta acotación del critico limeño, el más enterado historiador literario del Perú, el libro de Cateriano antes mencionado tiene una motivación inspirada en el ambiente propiamente dicho del período colonial y sigue – como Clorinda Matto de Turner en el Cuzco y José Antonio de Lavalle en Lima -, el estilo de las Tradiciones de Palma.

En otra pintura costumbrista de Arequipa antañera en la cual, aparte de las veleidades femeninas y de las apetencias crematísticas de los hombres que en ella se colorean reveladoras de los extremos de las flaquezas humanas; don Mariano Ambrosio nos regala con una sabrosa tradición que para nosotros tiene los visos de una verdadera historia, con personajes y ambientes muy propios del cogollo social y político arequipense de la época. Se intitula: “Las Variaciones de doña Ignacia” o “El que menos corre vuela”.

En el libro del autor Cateriano, hay otras estampas a cual más entretenidas, a través de cuyas versiones se revelan su espíritu historicista, su vena humorística y su cabal manejo del estilo enseñado por el inmortal don Ricardo Palma. De ellas citamos a las siguientes: “El Anima de don Juan de Mata”; “Un penitente de Jueves Santo”; “Contra Ira Paciencia”; “Justo Castigo del Cielo”, en la que el costumbrista ofrece un relato de parecido corte a la

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tradición arequipeñista ofrecida por su maestro Ricardo Palma, bajo el título de “El Ahijado de la Providencia”.

Entre los escritos de don Mariano Ambrosio ofrece claro acento de historia verídica el titulado “Viajes a la China”. En él relata cómo, un día del mes de marzo de 1 677 horas después de haberse concentrado en la plaza mayor de Arequipa el pueblo para presenciar un auto de fe; se vio al volcán Misti “arrojar un humo más negro que noche de pesadilla”, hecho que no sólo causó alarma sino general temor, repitiéndose el fenómeno al siguiente día.

Mariano Ambrosio Cateriano nació en Arequipa en 1829, y falleció en 1 815. Fue magistrado y docente. Sus estudios secundarios tuvieron un carácter clerical, los hizo en el Seminario Conciliar de San Jerónimo. Los superiores los cursó en la Universidad del G. P. San Agustín, donde optó los grados académicos de Bachiller en Derecho y de Doctor en Jurisprudencia (1 855); además, el título de Abogado (1 865). Fue profesor del Colegio Nacional de la Independencia Americana y de la Universidad de San Agustín. En esta última, en 1 883 ejerció el Rectorado. Este mismo año se incorporó al Congreso reunido en Arequipa como Diputado por Tarapacá. Asimismo entre 1 893 a 1 904, formó parte del más alto tribunal judicial de la ciudad mistiana como Vocal de la Corte Superior.

He escrito esta ligera acotación de la pluma de mi tío bisabuelo materno don Mariano Ambrosio Cateriano Rivera, para ilustrar en el hecho que, a pesar de su franca actitud clericalista, no dejó de mostrar su insobornable honestidad al ocuparse de la propia iglesia arequipeña ofreciéndonos de esta manera un versión de parte del historial eclesiástico en referencia, bastante ceñida a la verdad y ajena a cualquier influencia de quienes representaban los intereses de los religiosos mistianos que, hombres al fin, no están

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exentos de las debilidades inherentes a cualquier criatura humana.

No es mucho lo que se ha dicho a favor de los merecimientos de tan prolífico historiador y tradicionalista, cuyo valioso aporte nosotros creemos es hora de justipreciar en toda su medida, del mismo modo que su importante contribución en bien del prestigio cultural de la capital sur peruana

Debemos también mencionar otros estudios del amplio repertorio de Cateriano, especialmente ligados con la biografía del célebre Deán Valdivia. Precisamente a él corresponde el texto: “Biografía de Monseñor Juan Gualberto Valdivia, Prelado Doméstico de su Santidad y Asistente a su Sacro Solio Pontificio”, cuyo contenido fue incluido en el libro: “Las Revoluciones de Arequipa” (1956) escrita por el Deán. Del mismo modo citaremos su trabajo: “El Ayo del Libertador del Mediodía de América Ante la Sociedad Actual

Mariano Ambrosio Cateriano: (arequipeño, tío bisabuelo muy cercano por parte de mi querida madre, quien siempre nos contaba interesantes anécdotas sobre él). Fue secretario del Ministro de Gobierno y luego Diputado por la provincia de Tarapacá en el Congreso reunido en Arequipa, fue oficial mayor del Ministerio de Gobierno en 1883 mientras fue despachado en Arequipa por el Dr. José Miguel Vélez; fue Rector de la Universidad de San Agustín (11-04-83). Fue gran historiador que se ocupó de la vida del Deán Juan Gualberto Valdivia y del Cura Domingo Zamácola, y además de otros aspectos de la vida cultural y social de Arequipa como: “El 1ro. De diciembre de 1844, la campana mayor de la Catedral tocaba a rebato, alarmando al pueblo arequipeño, un gran incendio destruía el primer templo de la ciudad, por ventanas y claraboyas salían las llamas y el humo”.

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Habíase iniciado el siniestro en el altar mayor y se propagó rápidamente por los cortinajes y la obra de madera que es propia de un templo”. Son palabras del historiador M. A. Cateriano.

La Universidad de Arequipa, que funcionaba en el mismo local del colegio “Independencia”, sus profesores para el sostenimiento de las guerra donaron de sus sueldos el 25%, en su recinto funciona la Cámara de Senadores, fue saqueada, sirvió de cuartel del ejército chileno, su biblioteca destruida y lo que no pudieron llevarse lo quemaron, por poco no desmontaron los sillares, ya que hasta los muebles que habían se los llevaron; la universidad es la sucesora de la “Academia Lauretana”, de donde han salido grandes hombres para beneficio de la patria...

Esta guerra en la que nos vimos envueltos por la ambición desmedida y la premeditación de Chile e Inglaterra, para apoderarse de extensas zonas de nuestro territorio y de nuestras riquezas, como que la consiguió a la postre, después de la invasión y de la firma del Tratado de Ancón, con saqueos vandálicos y abusos sin límite de los que fuimos víctimas.

Eusebio Quiroz Paz Soldán, Dr. en Historia y Profesor principal de Historia de la UNSA, hace algunos años propuso a los familiares del Historiador Mariano Ambrosio Cateriano, que se hicieran las gestiones pertinentes a fin de publicar las obras de tan importante investigador del pasado arequipeño. No se conoce en Arequipa la obra historiográfica de Cateriano, algunos de sus libros están fuera del alcance por su antigüedad.

Se ha puesto, dice Paz Soldán, en circulación antologías de destacados escritores y poetas arequipeños. Se ha reeditado:

“Jorge o el Hijo del Pueblo” de María Nieves y Bustamante

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y “Peregrinaciones de una Paria” de Flora Tristán. En esas publicaciones que merecen aplausos, se nota la ausencia de Cateriano y la de Francisco Mostajo, símbolos de la Arequipa republicana, como en su momento lo fuera el Deán Juan Gualberto Valdivia. Se hace necesario recuperar las obras de autores que como ellos o el mercedario Fr. Víctor M. Barriga dedicaron su vida a investigar y escribir la historia de Arequipa.

Cateriano está profundamente vinculado a la UNSA, alumno egresado de sus claustros, el 11 de abril de 1883 fue designado Rector, como lo señala Monseñor Santiago Martínez; dejando el cargo luego de la ocupación de la ciudad por el invasor chileno, a fines de octubre de ese año.

Francisco Mostajo dijo en el discurso de su entierro: fue orador y magistrado, historiador y maestro, periodista y patriota, y sobre todo un hombre de corazón y de ideal. Cateriano perteneció a una generación que tuvo entusiasmo por la acción, fe en el ideal, grandeza en los sentimientos y que no fue como esta germinación de pigmeos que por doquiera vemos raídos por el marasmo de su desmedro físico y moral.

Ochenta y seis años tenía el anciano y la llama de su corazón aún ardía, aún su verbo se inflamaba, aún en su corazón había hervor. Es decir, que bajo la nieve de sus 86 años era joven, con esa juventud de Fausto, no está en la frente, sino en la intimidad psíquica. Rosas eviternas son las de esa juventud porque sus sentimientos y no como las otras que se marchitan en una noche de disipación.

Quien sabe si la suerte de los ancianos así es una piedad de la naturaleza en épocas en que los jóvenes que abundan son los de alma avejentada, como si expiasen las consecuencias de una derrota moral.

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Respetuoso, con un pesar recóndito, que no se traduce en lágrimas porque mis ojos no saben llorar, me acerco hasta el borde de este féretro para dar el postrer adiós, al que no encuentra el eco de la contestación, al ilustre anciano, integérrimo magistrado, maestro de generaciones, historiador y tribuno, patriota de sincero corazón, venerado amigo y cariñoso padre. Siento su espíritu en el mío y una innata tristeza me consterna: la tristeza que nos agobia cuando al sepultar a un cadáver, según la frase del pensador, sepultamos algo caro a nuestra intimidad.

Apartando los ojos de la propia emoción y volviéndolos a la realidad nacional, ya que el doctor Cateriano, como realizando un antiguo sueño, le ha cabido en suerte morir en los días del aniversario patrio tan tristemente celebrados, permitid que antes que el silencio de la tumba suceda a mi palabra, le diga con el poeta:

“Para no ver el patriotismo inerme

ni el triste funeral de la esperanza,

mi noble amigo, no despiertes: duerme”.

Vladimiro Bermejo, historiador y profesor de la Universidad de San Agustín en su libro “Arequipa”, publicado en 1954, trae una mención breve y genérica de Cateriano al que llama: “Jurista, maestro y poeta”, agregando que “es uno de los más interesantes publicistas de esos tiempos”. También se refiere al discurso de Francisco Mostajo, que pronunció el 30 de Julio de 1915, con ocasión del entierro de Cateriano, publicado en la revista de la UNSA del segundo semestre de 1953. Dice allí que “revolvió los archivos rastreando esa vida en el pasado y archivó en su memoria las anécdotas de sus intranquilos coetáneos” y lo llama con justa razón, historiador.

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BIBLIOGRAFÍA DE MARIANO AMBROSIO CATERIANO

· Tradiciones de Arequipa o Recuerdos de Antaño. 1973.

· Ojeada sobre la vida de Monseñor Juan Gualberto Valdivia. 1996.

· Recuerdo del Istmo. Doctor don Pedro José Chávez de la Rosa, Obispo de Arequipa. 1888.

· El Ayo del Libertador del Mediodía de América ante la sociedad actual. Lima, 1890. Tipografía Cáceres, 1978.

· La Catedral de Arequipa. Artículo inserto en Arequipa de Jorge Polar. 1891. Y en Historia y Prosistas, por Vladimiro Bermejo, Arequipa 1958.

· Hospital de San Juan de Dios de Arequipa. Artículo inserto en la Revista Histórica. Tomo II. Lima, 1907.

· Memorias de los Istmos. Obispos de Arequipa. 1908. 284 pp.

· Don J. D. Zamácola y J., en la Revista Historia. 1908.

ANDRÉS NEPTALÍ CATERIANO ALCALÁ

Héroe arequipeño de la Guerra del 79

Fue hijo de José Andrés Cateriano Rivera y de Felícitas Alcalá Iraseburo. Asistió a las batallas de “San Francisco”, “Tarapacá”, y a los bombardeos chilenos de “Iquique” y “Arica” (1879-1880), asistió a los combates de Moquegua y Arequipa en 1882 y 1883; logró sobrevivir a la guerra, llegando a tener una brillante carrera militar. Tuvo importante participación, junto con otros arequipeños, en Arica, y debido al sombrío manto de la guerra cernido sobre Arequipa y sus poblaciones, lo mismo que la patria sorprendida y arrastrada a una contienda urdida, en oculto conciliábulo, por mezquinos fantoches y la ambición mercenaria de chilenos e ingleses hicieron de la derrota en Arica una victoria ante los ojos del mundo.

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También lucharon en Arica, Manuel A. Belaunde, Subteniente del batallón “Artesanos de Tacna”, cayó prisionero y llevado a Chile. También peleó al lado de Mariano E. Bustamante, de Clodomiro Bustamante, nacido en Yanahuara y murió, en la batalla de Arica junto a Bolognesi, se formó un Comité en su distrito para levantar un monumento en su honor, hijo digno de la Ciudad del Misti.

Bolognesi nombrado por EL Contralmirante Lizardo Montero como Jefe de la Plaza de Arica organizó la defensa nombrando a Mariano Bustamante Mantilla en la Jefatura del Estado Mayor, con los batallones “Iquique” al mando del teniente coronel Roque Sáenz Peña y el “Tarapacá” al mando del comandante Ramón Zavala. Asistió a la Junta de Guerra que rechazó por unanimidad la intimación de rendición de Arica. Murió al lado de Bolognesi y More.

SOR MANUELA DEL DULCE NOMBRE DE JESÚS Y CATERIANO

Manuela Cateriano y Rivera nació en Arequipa en 1818. Fue hija de Teodoro Cateriano y Bejarano y de Brígida de Rivera y Artieda. Uno de sus hermanos, José Andrés fue Magistrado; otro José Higinio se dedicó a la agricultura en el Valle de Majes (rama de la cual dimanamos), y el menor Mariano Ambrosio: Orador, Historiador y Poeta. Diputado por Tarapacá; fue Rector de la Universidad del Gran Padre San Agustín de Arequipa.

La religiosa tomó el hábito, a los 17 años de edad, el 21 de octubre de 1835 y profesó como monja de velo negro, con el nombre de Manuela del Dulce nombre de Jesús, el 8 de septiembre de 1836. Fue elegida Priora en 1872 y en 1882. Con especial autorización del Obispo, el fotógrafo arequipeño

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Emilio Díaz le hizo el retrato que figura al lado, de velo negro, mucho antes de su fallecimiento, cuando fue Priora.

Su partida de defunción se guarda en el archivo del Monasterio de Santa Catalina de Siena que a la letra dice:

“El martes 18 de Junio de 1904 a las diez y cinco minutos de la noche, falleció la M R. Madre Sor Manuela del Dulce nombre de Jesús y Cateriano, habiendo recibido los Santos Sacramentos y demás auxilios de Nuestra Madre la Santa Iglesia; hizo las exequias el Istmo. Señor Vicario General Dr. D. Manuel Eleuterio González y la sepultó el Señor Capellán D. Dionisio Barrenechea Canónigo Magistral”.

“Dicha Madre fue Maestra de Novicias y dos veces Priora, practicó con estrictez la Regla y Constitución y se distinguió en el amor a Dios y a la caridad con el prójimo”.

“Sufrió resignada su larga enfermedad pues estuvo en cama 14 años y un tiempo antes de su muerte le salieron cinco llagas las que no se le pudieron curar, los seis días antes de su muerte por haber estado dichos días sin habla ni alimento y a pesar de no habérsele curado no tenían mal olor y para constancia lo firman: Sor Rufina del Santísimo Sacramento Uría, Priora y Sor Clementina de los SS Corazones, Secretaria”.

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CAPÍTULO III

MONASTERIO DE SANTA CATALINA

Historia de su Fundación

El 2 de octubre de 1580 se efectuó la ceremonia solemne de la fundación del monasterio dedicado a Santa Catalina de Siena, en Arequipa, con el nombre de Nuestra Señora de la Gracia.

El 3 de enero de 1559 el Cabildo Secular de Arequipa, considerando que en otras ciudades del Perú ya habían establecido tres monasterios, y que muchas mujeres arequipeñas, deseaban tener una casa de clausura, resolvió iniciar las gestiones para la fundación de un monasterio, donde las religiosas renunciando para siempre al mundo profano, dedicaran su vida enclaustradas al servicio de Dios. En tal virtud cambiaron ideas, discutieron el lugar más conveniente y la adquisición de los terrenos necesarios. En 1 568, obtuvieron las licencias de las autoridades civiles, eclesiásticas y nombraron a las personas que deberían encargarse de conseguir los fondos necesarios para la fundación del monasterio. Acordaron dedicárselo a Santa Catalina de Siena y su denominación a “Nuestra Serra de la Gracia”.

La primera directiva que fue nombrada para este fin estuvo formada por el Licenciado Gómez Hernández, el Corregidor General Juan Ramírez Zegarra, Hernando Álvarez de Carmona y Juan de Quiroz B. Con el dinero recaudado en las limosnas del vecindario, el Cabildo, en sesión del 22 de

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octubre de 1568, comisionó al Corregidor Hernando de Almonte, para que gestionara la compra de los solares existentes en el lugar escogido y que ofrecía en venta don Alonso de Galleguillos, por intermedio de su esposa doña Cecilia Villegas, que habitaba en Arequipa. Según la escritura fechada en el mismo año, consta que el escribano Gaspar Hernández, hizo la escritura de dos casas que la señora de Galleguillos, las vendía a nombre de su esposo en la cantidad de 2 500 pesos, haciendo la donación de una parte con la condición que recibieran a su hija Juana Galleguillos, como monja en el naciente monasterio. El corregidor y los demás comisionados aceptaron las condiciones y firmaron la escritura recibiendo además la cantidad de 937 pesos, en calidad de dote para que ingresara al monasterio como monja de clausura doña Juana Galleguillos.

La antigua iglesia fue convertida en cocina comunitaria

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Para realizar las obras del monasterio fueron nombrados: Juan de la Torre, Gómez Hernández y Francisco Espinosa, quienes deberían encargarse de la disposición y trazo de la construcción de viviendas y Capilla. En sesión del 29 de octubre de 1568, se ofrecía voluntariamente don Pedro López de Ayala, natural de Burgos (España), a viajar con su propio peculio a España, para recabar de su Majestad el Rey, la Real Cédula y de su Santidad el Papa, las Bulas y Breves, indispensables para la fundación del Monasterio. El Cabildo aceptó este ofrecimiento y le expidió los poderes correspondientes.

En sesión del 3 de enero de 1569, el Cabildo volvió a tratar sobre las obras que se estaban realizando y observaron, que las casas adquiridas no eran suficientes para completar el proyecto, acordándose entonces comprar la casa de don Lucas Martínez Begazo y otras tres más contiguas a las anteriores, en la cantidad de 11 600 pesos. El Corregidor recibió el encargo de efectuar las compras el 17 de febrero de 1569, nombrándose como veedor a don Juan Quiroz.

Insistiendo en su fundación, el Cabildo continuó preocupándose del Monasterio en proyecto. Así consta en un documento público inscrito en la escribanía de Gaspar Hernández, que en 1576, lo firmaron García Gutiérrez de Escobar, Alonso Luque, Luís Rodríguez de Orihuela, Fernando Almonte, Juan Quiroz, Juan de Castro, Luís Cornejo, como Regidores. Esta comisión se dirigió al Obispo del Cuzco Dr. Sebastián Lartaún, ya que en ese entonces Arequipa pertenecía a ese Obispado.

Mientras se encaminaban estas gestiones, intervino una mujer, llamada doña María de Guzmán viuda de Diego Gutiérrez de Mendoza (hija de Hernando Álvarez de Carmona y Leonor de Guzmán).

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Esta distinguida dama, joven y viuda a los 30 años de edad, de admirable belleza, convencida por los predicadores de las misiones de los Padres Jesuitas, inició una campaña, para convencer a las personas piadosas y mujeres solteras para que la acompañen a fundar el monasterio. Pero nadie creía en ella, por ser tan bella y ser poseedora de buenas comodidades; muy cortejada y tener las atenciones de los hombres de ese tiempo, como por las mimas autoridades, del pueblo de Arequipa.

En el mes de agosto de 1579, mediante escritura, cedió sus bienes para la construcción del Monasterio y decidió enclaustrarse junto con su hija Ana Gutiérrez y su sirvienta Quiteria del Berrío, que lo haría en presencia del Vicario y el pueblo arequipeño. Al respecto hay dos versiones que probablemente motivaron su determinación: una el que por perder a su esposo y serle fiel se enclaustró junto con su hija y empleada, donando sus bienes, terrenos y pagando su dote; y la otra, por la fe religiosa es que tomó esta determinación. Otra versión es que no tuvo hija y que fue sola al Monasterio.

Esta donación constituida por cuantiosos bienes, determinó que el Obispo del Cuzco autorizara la fundación del monasterio, el 10 de septiembre de 1579, y encomendó al entonces Vicario de Arequipa Don Martín Abad de Usúnsolo, para que con las generalidades necesarias lo representase y pudiese recibir en el Monasterio como fundadora a doña Ana María Álvarez de Carmona y Guzmán viuda de Gutiérrez de Mendoza, dictando el respectivo despacho para su profesión religiosa el 10 de septiembre de 1579 (fecha considerada como fundación del Monasterio). Cumplidos todos los trámites, el 2 de octubre de 1580, se realizó la primera misa y la ceremonia solemne de fundación de este Monasterio dedicado a Santa Catalina de Siena, según las reglas de San

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Agustín y constituciones de Santo Domingo, con la denominación de Nuestra Señora de la Gracia. En esta ceremonia predicó el sacerdote jesuita Juan Gómez e hizo profesión pública, la hermosa mujer doña María de Guzmán, con el nombre de Ana de Jesús (fundadora), tomando formalmente los hábitos acompañada de su hija y otra nueva religiosa. Desde ese momento, hasta el 15 de agosto de 1970, las puertas de Santa Catalina de Siena estuvieron celosamente cerradas para el mundo.

En mi último libro titulado: “Historia y Arqueología de la Región Arequipa”, escribí una interesante historia sobre la Monja Sor Ana de los Ángeles y Monteagudo. Todas estas ediciones mías, vendidas poco a poco, se han agotado completamente. De las obras vendidas no he podido llevar la cuenta, porque se han sucedido una tras otra. Son varios años que vengo escribiendo e investigando sin darme un verdadero descanso, a tal punto que me costó un deterioro en mi salud, causándome una delicada enfermedad (Herpes Zoster), debido al estrés originado por tanto estar sentado frente a la computadora. Últimamente hice tres viajes seguidos a Orcopampa, pensé que me iba a enfermar, debido al intenso frío, pero no, menos mal y a Dios Gracias. Advierto, que días antes me hice vacunar, contra una posible gripe; en el mes de mayo, se podía todavía bañar con la terma solar, pero últimamente, tuve que hacerlo con el agua fría. No me acordé que en Huancarama, a 15 minutos de Orcopampa, se encuentran las aguas termales, con una temperatura de 45,5 ºC, en una piscina y en la otra que está resguardada, llega a 50º centígrados.

Estamos viviendo una etapa muy crítica, debido a una serie de compromisos, y de ideas que uno lleva metidas en la cabeza. Ahora no sabemos aprovechar las bondades que nos ofrece la madre naturaleza. Viajar por la puna de día, es un placer y una aventura, pero de noche es muy sacrificado.

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José Plácido Cateriano Repecarez

Hijo de José Higinio Cateriano Rivera y de María Repecarez. José Plácido Cateriano fue casado con Juana García Pastor; tuvieron como hijos a Carmen Tarcila, Carmen Rosa, Carmen Irene, Juana Julia, y Víctor Plácido.

José Plácido Cateriano Repecarez

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Nuestro querido abuelo, José Plácido, fue subprefecto de Castilla por el año 1900, principios del siglo pasado, combatió el bandolerismo y la delincuencia; era aquella época en que no existía todavía la policía, y cada cual se hacía su justicia por sus propias manos y como mejor podía. Se usaba revolver indiscriminadamente y todo el peso de la autoridad, responsabilidad y el orden, se hallaban concentradas en la máxima autoridad política de la provincia.

Mi madre Irene, contaba que nuestro ilustre personaje, murió a consecuencia de un disparo por la espalda, proveniente tal vez, de su traicionero guardaespaldas; recorriendo a caballo por los montes ribereños de Huancarqui, disparando por doquier a diestra y siniestra, aprovechando de una ardorosa manifestación política, después de un suculento “lunch”, ofrecido en honor de un sempiterno candidato; ágape o banquete que acostumbraban servirse los caballeros notables, frecuentemente en el sector de Huancarqui.

Demoró dos o tres días su lamentable y lenta agonía, no pudiendo viajar a la ciudad de Arequipa, por falta de carretera para salvarle a tiempo su respetable vida. Mi abuelo fue un político a carta cabal, pues demostraba en todos sus actos grandeza de ánimo, prosapia y pundonor.

También combatió la brujería amenazando con proceder a quemarlas vivas a estas mujeres que venían haciendo daños, dando lugar por este motivo principal a crearse ciertos anticuerpos. Además, ordenó subir por el año de 1 900, la enorme y pesada Cruz de madera de guarango, que hasta la actualidad custodia el pueblo de Aplao; desde el empinado y ornamental cerro, que acaba en uno de los picachos, de las innumerables cumbres puntiagudas y afiladas, encargadas de flanquear y adornar la capital de Castilla; la cual es motivo de peregrinación todos los años en los primeros días del tradicional “mes de las cruces” (mayo).

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Asimismo, nuestro recordado abuelo fue un emprendedor agricultor, pionero en el cultivo del arroz en su fundo “Las Palmas”, en el distrito de Uraca-Corire, zona baja del valle, pasando el puente de Punta Colorada, de gran extensión. Posteriormente fueron trabajados estos buenos terrenos por su hijo Víctor Plácido Cateriano García, quien también sembraba este producto, contando con una piladora a base de piedras porosas, grises especiales, redondas y bien labradas, a fin de beneficiarlo satisfactoriamente.

Debido al descuido y a la falta de buenas defensas ribereñas, posteriormente el río se encargó de convertirlo en pedregales nuestro fundo de Las Palmas, quedando vestigios de casa, algunas herramientas y dichas piedras labradas, que luego desaparecieron. Además mi abuelo José Plácido poseía terrenos en Sarcas, que los trabajaba su nieto, Víctor Modesto Cateriano Cateriano, quien se vio obligado a venderlos en su mayor parte, debido a que los vecinos ejercieron una política de terror; incluso uno de ellos que tenía fama de “loco” y de matón, llamado José Orihuela (Pepe), de Camaná, le hacía la vida muy difícil hasta el extremo de amenazarlo con un revólver.

Orihuela mató a un amigo de Camaná a plena luz del día y en una cancha de gallos; por eso es que mi querido primo Modesto, optó por lo sano, salvar su integridad física, antes de correr la misma suerte.

Con el auge del cultivo del arroz mejoraron mucho esos terrenos de valle abajo, a partir del año de 1 980 más o menos, pues antes no se cotizaban por la demasiada humedad, que no favorecía dedicarlos para otra clase de cultivos. La mayoría de agricultores eran pobres, ya que no existían los grandes incentivos de ahora, y a tal punto que la mayoría se dedicaba a la pesca y al acopio del camarón.

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Hoy la mayoría de agricultores de “Valle Abajo”, cuenta con cómodas viviendas, carros último modelo y lo mejor de todo, con hijos profesionales y algunos de ellos estudiando, haciendo vida placentera, feliz y dichosa en el extranjero. Provecho y gracias a Dios por todo ello, pues fueron paisanos que sufrieron penurias, enfermedades y que dieron muestras de mucho valor y de estoicismo.

Bandolerismo

Hasta principios del siglo XX, en el valle de Majes, campeaba otra especie de “piratería”, que tanto daño causaba, sobre todo a las personas que acostumbraban dedicarse al contrabando del aguardiente de caña, pues frecuentemente eran asaltadas al trasladar sus apetecibles productos desde el valle hasta Chumbivilcas en el Cuzco, principalmente.

Relata con lujo de detalles mi estimado amigo Jorge Zúñiga Bellido de Aplao (por datos recogidos seguramente de su recordado padre don Ramón Zúñiga Chirinos), que en una oportunidad capturaron a tres bandoleros y/o malhechores en una apartada quebrada denominada de Huario; y que los sufridos arrieros de Majes, cansados de estos continuos abusos y vejámenes, optaron por amarrarlos a unos árboles ocultos y cercanos al camino de herradura, completamente desnudos, a modo de neocrucificados, dejándolos supuestamente a merced de su buena o mala ventura en el referido solitario paraje, plagado de zancudos y mosquitos, lagartos, víboras y otros animales peligrosos que eran muy comunes por aquella época. Ciertamente fue un castigo extremadamente cruel.

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Al retornar después de tan largo viaje, estos avispados y crueles arrieros, encontraron muertos a los referidos bandoleros, consumidos prácticamente por los innumerables y feroces insectos, que hicieron su macabro festín, chupando literalmente cuanta sustancia o líquido vital encontraron en los cuerpos de estos desgraciados facinerosos. Como ya lo consignáramos, mi abuelo José Plácido Cateriano, se encargó de combatir a estos peligrosos delincuentes, logrando desterrar el bandolerismo en Majes, estando al frente de la Subprefectura de Castilla, durante el Gobierno del Presidente de la República Don Eduardo López de Romaña, mayormente.

Ya que tocamos este tema tan curioso y delicado del bandolerismo, les vamos a referir otro importante suceso ocurrido en las vecinas provincias de Condesuyos y La Unión (Cotahuasi). Siempre es bueno recordar estos hechos, que constituían un peligro y una aventura desagradable, por cuanto se perdían vidas y dinero.

Por Caminos de Famosos Bandoleros

Era la época en que todavía no existían carreteras a pueblos muy alejados, como Cotahuasi por ejemplo, por el año de 1943; pero, en cambio, Chuquibamba si ya la tenía, gracias a las gestiones de Clemente J. Revilla, cuando estuvo en el primer Gobierno de Prado como Senador de la República, aunque peligrosa y accidentada. Frecuentemente se viajaba en finos caballos y en caravana para defenderse de los posibles bandoleros. La primera jornada se hacía hasta Waytapampa (pampa florida). Se recorría la extensa cuesta de las cumbres que rodean Cotahuasi, hasta llegar al

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inmenso desierto andino de Waytapampa; un paisaje desolador, cubierto de arena y dispersas yaretas (curiosa planta que semejan redondas alfombritas verdes), allí ya no crece ni siquiera el ichu. No se ven montañas, sólo un cielo de intenso azul y la superficie de la tierra que pareciera que en sus contornos se abrieran abismos insondables, sin fin. La segunda jornada había que atravesar los famosos caminos de los bandoleros Saldívar y Tovar, chuquibambinos, que se habían dedicado a asaltar a los viajeros, especialmente a los que venían de Lima y a los contrabandistas de pisco. Cuenta la tradición que estos bandoleros solamente atacaban a los más adinerados, pues no les hacían nada a los pequeños comerciantes que iban al Valle de Majes con la finalidad de comprar pisco y cañazo, que tanto les agrada a los pobladores de esos frígidos e inhóspitos lugares.

Y se cuenta que hasta eran muy humanitarios, al estilo de Robin Hood o Robín de los Bosques. Personaje legendario inglés, jefe de una banda de proscritos que vagó por los bosques de Sherwood en tiempos de Ricardo Corazón de León.

Había tantas quejas de estos bandidos, que la policía de Chuquibamba no podía hacer nada. Fue así que fuerzas combinadas del ejército y policía provenientes de Arequipa, fueron en su búsqueda, cercaron las posibles vías de escape, y los ubicaron en unas cuevas en las faldas del Nevado Coropuna. Tovar decidió rendirse, pero fue asesinado e inmediatamente, fue sepultado allí mismo. Sabedor de esto el otro bandido Saldívar que se encontraba en unas quebradas, decidió morir en combate; como así fue; salió a

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campo abierto para morir luchando. También fue asesinado, le cortaron la cabeza y se lo llevaron y abandonaron el cuerpo sin sepultarlo en unos pantanales de tal forma que por muchas décadas podían verse sus huesos dispersos.

Imagínese amigo lector, todo un ejército para atrapar a un hombre. Y la cobardía y mezquindad de asesinar a hombres que ya se han rendido. Estas pampas se conocen como “Saldivarpampa”, y así figuran en mapas oficiales en la actualidad. La tercera jornada se hacía hasta Chuquibamba, lugar amplio y acogedor, para abordar el ómnibus que los conduciría al solaz de Arequipa. Este Tovar y/o algún otro bandido de su misma calaña, fueron de armas tomar, porque en Camaná se referían frecuentemente, al “Crimen de los Tovar” con mucha pena y tristeza; hecho de sangre, dolor y lágrimas, que enlutó a varias familias camanejas.

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